Fieles a su identidad y a su legado
Los Dorian son uno de esos casos que hacen que la escena pop-rock catalana tenga unas señas de identidad difíciles de ser uniformizadas. Un mérito sustentado en años de trabajo y brega, una independencia más o menos sostenida y un músculo musical digno como mínimo de atención. En cualquier caso, el combo barcelonés guiado con personalidad inconfundible por Marc Gili hacía ya un lustro que no alumbraba material nuevo de estudio, a excepción de aquel Arrecife que embutieron en el recopilatorio Diez años y un día.
Para este regreso a la tensión de la actualidad aseguran haber trabajado a destajo durante año y medio para dar forma a esta Justicia universal. Disco coherente y conceptualmente sólido, como buena parte de su obra, lo primero que brilla es el reparto de protagonismo compositivo que se ha producido, cediendo Marc en este aspecto parcelas compositivas a la teclista Belly Hernández y al guitarrista Liandro Montes. Quizá sea por esto o quizás sea por la influencia bien reconducida de los sonidos contemporáneos en boga, lo cierto es que la paleta sonora ha ganado en variedad rítmica sobre todo, lo que redunda positivamente en el resultado final. Referencias, en cualquier caso, de una manera de hacer canciones bailables no hará más de diez años, ahora firman cortes de trazo que sabe a trap, como Cometas o Buenas intenciones (con la colaboración de Fuel Fandango), o impecables tonadas más latinoamericanas también con la presencia de la chilena Javiera Mena o del mexicano León Larregui.