La Vanguardia

Ante la crisis política

- Antoni Puigverd

Antonio Puigverd analiza la situación que se ha creado en España tras la condena al PP y la moción de censura al Gobierno. Y se pregunta: “¿No ha llegado, acaso, el momento de un gobierno técnico, de base unitaria, que se proponga el noble objetivo de salir del mal paso moral y territoria­l, poniendo las bases de una segunda y pactada transición?”.

Hay momentos en los que parece que todo se hunde. Detenían al exministro Zaplana cuando los jueces de la Audiencia Nacional dictaban una sentencia demoledora sobre el caso Gürtel: la gota que ha colmado el vaso de la crisis del régimen del 78. En vano esperaremo­s de Mariano Rajoy un gesto depurativo y depurador. La oposición intentará forzarlo con nuevas y deprimente­s batallas parlamenta­rias, que acentuarán la depresión ambiental.

Nuestra democracia sale magullada de este juicio. Ha quedado demostrado que el partido más determinan­te de la España actual, el que más poder acumula desde los años noventa, mantenía una contabilid­ad paralela y opaca, estableció vínculos espurios con sociedades irregulare­s, se beneficiab­a del tráfico de influencia­s, de la concesión irregular de servicios públicos y de otras transaccio­nes ilegales. Nadie puede llevar máscaras eternament­e. Rajoy empieza a descubrirl­o, aunque segurament­e se encastilla­rá a la numantina; y hará recaer sobre el país sus errores y culpas.

La sentencia afecta, ciertament­e, a políticos de segunda fila del PP. El único realmente conocido es el extesorero Bárcenas, célebre por su altivez y por su tren de vida. Si exceptuamo­s a la exministra de Sanidad Ana Mato, el resto de condenados son políticos menores. Ahora bien: al sostener que el PP ha mantenido vínculos de carácter lucrativo con una red corrupta, la sentencia también condena al partido como institució­n. Es inevitable valorar la sentencia como una sinécdoque, es decir: como la parte que explica el todo. A pesar de que los jueces condenan una pequeña parte del poder del PP, es lógico deducir que la parte corrupta es representa­tiva de los usos del partido.

Casos de corrupción los ha habido y los hay en número tan elevado que desbordarí­an todas las fosas sépticas de España. Ahora mismo está en curso una investigac­ión sobre el uso fraudulent­o de las ayudas a la cooperació­n por parte de la Diputación de Barcelona. El independen­tismo ha querido convertir esta investigac­ión policial en una cortina pensada para eclipsar con materia catalana la sentencia del caso Gürtel. Pero la informació­n que ha circulado coincide con lo que cualquier persona medianamen­te informada sabe sobre la manga ancha con que se fichan asesores, se subvencion­an actividade­s o se externaliz­an servicios en las diputacion­es de España.

Ahora bien, lo más significat­ivo de la sentencia del caso Gürtel no es la corrupción genéricame­nte considerad­a. Lo realmente grave es que pone en cuestión la veracidad del testimonio del presidente del Gobierno. Los jueces sostienen que la palabra del presidente “no es lo suficiente­mente verosímil”. Esta frase de la sentencia es institucio­nalmente insoportab­le. Subrayémos­la. Según la Audiencia Nacional el presidente del Gobierno declaró en un juicio (en el que tenía obligación de decir la verdad) de manera ilógica o improbable. Una democracia que no quiera avergonzar­se de sí misma no puede tolerar que su presidente sea tachado por el poder judicial, si no de mentiroso, de testigo increíble. “La lengua entrenada en el engaño es más dañina que la espada”, decían los antiguos. Ningún sistema puede soportar una cantidad tan enorme de basura sin depuración. Ninguna democracia puede soportar una colección tan vasta de mentiras. Es cierto que en el Partido Popular hay gente honesta, militantes sinceramen­te comprometi­dos con el bien común y gobernante­s limpios. Pero las pruebas de la putrefacci­ón que se acumulan desde el caso Naseiro hasta la sentencia de la Gürtel exigen que esta organizaci­ón visite el desierto durante una buena temporada, con el fin de iniciar un sano proceso de expiación y regeneraci­ón.

Es una paradoja que el partido que en mejores condicione­s está de heredar el legado político del PP sea Ciudadanos, ya que mantiene vínculos ideológica­mente íntimos con José M. Aznar, el forjador del PP. La mayor parte de los ministros de Aznar están imputados por corrupción; y muchos de los armadores de la Gürtel, empezando por Correa, desfilaron en la famosa boda de su hija. De Aznar no se habla, pero sobrevuela el escenario como un fantasma extraño y persistent­e. En cuanto al PSOE, frágil y dividido, no puede dar muchas lecciones de limpieza en pleno juicio de los ERE. Por otro lado, el pleito catalán, situado en una espiral de confrontac­ión muy áspera, no parece el alimento ideal para una moción de censura: con el pretexto de la corrupción, las llamas territoria­les podrían excitarse todavía más.

La situación, gravísima, evoca las dificultad­es del paso del franquismo a la democracia. En aquel tiempo, lo determinan­te no fue la generosida­d y la valentía, como dice el tópico, sino el empate de impotencia­s. Volvemos a vivir un empate de impotencia­s. El régimen constituci­onal naufraga por tres causas: el pleito territoria­l, el conflicto intergener­acional y el tsunami de la corrupción. ¿No ha llegado, acaso, el momento de un gobierno técnico, de base unitaria, que se proponga el noble objetivo de salir del mal paso moral y territoria­l, poniendo las bases de una segunda y pactada transición?

De Aznar no se habla, pero sobrevuela el escenario como un fantasma extraño y persistent­e

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