La moción de los soberanistas
La moción de censura de Sánchez contra Rajoy obliga al soberanismo a hacer lo que lleva meses aplazando: una revisión estratégica a fondo, que supere el tacticismo y la provisionalidad inherente a la lógica acción-reacción. La línea de Puigdemont y su entorno –consistente en acumular gestos que pongan en evidencia los tics autoritarios del Estado– consigue algunas victorias mediáticas pero tiene costes importantes: va postergando la creación del nuevo Govern y exige dedicar más energías a la agitación que a establecer una política coherente de resistencia, que ponga las luces largas. No está nada claro que convertir cada paso institucional del independentismo en un pulso con Madrid sea lo más eficaz para fortalecer un movimiento que ha sido decapitado por los tribunales.
En Madrid, aparece ahora una oportunidad para mover ficha. Sólo la pata más pequeña del soberanismo –la CUP– se ha mantenido por principio al margen de la política española. El PDECat –heredero de CDC– y ERC toman parte en las elecciones generales y siempre han querido tener un papel en este tablero de juego. Si tienes diputados y senadores en Madrid, debes intentar hacer política en Madrid, es axiomático. Los escoceses del SNP tienen 35 diputados en la Cámara de los Comunes y los hacen valer, son unos grandes profesionales.
¿Apoyar o no la moción de censura?
No está nada claro que convertir cada paso del independentismo en un pulso con Madrid sea lo más eficaz
Nueva pugna en el interior del soberanismo entre los partidarios del corto plazo y el legitimismo y los del largo plazo y la reescritura del relato del proceso. Las direcciones de ERC y del PDECat quieren explorar un posible acuerdo para echar a Rajoy del poder (habría que ver con qué contrapartidas y siempre que Cs quede al margen) mientras el núcleo de JxCat ha difundido mensajes que marcan distancias con esta operación. Puigdemont tiene poca influencia sobre los diputados del PDECat en el Congreso, dato importante.
Sánchez ha hecho saber, por activa y por pasiva, que no piensa hacer concesión alguna al independentismo. La inflamación antipolítica y el dictado emocional impiden, una vez más, una discusión razonada en términos de coste-beneficio dentro del soberanismo. Todo se mueve en el marco agónico del sentimiento herido, como si no fuera cierto que cualquier batalla exige enfriar las pasiones y utilizar la razón y los tiempos. Hay quien considera que el soberanismo debe inhibirse y esperar a que todo estalle por el lado deseado. Algunos se alimentan del mito de un nuevo 14 de abril.
¿Pueden ERC y PDECat simular que la moción de censura no es asunto suyo y de los catalanes que representan? ¿Cuál es el mal menor que los dirigentes soberanistas deberían poder asumir y explicar sin ser tildados de traidores? ¿Se puede aprovechar la ocasión para asegurar posiciones muy debilitadas? Ahora bien, seamos claros: si no sabes exactamente qué debes hacer en Catalunya, es normal que no sepas tampoco qué has de hacer con tus piezas en Madrid. Este es el problema.