La Vanguardia

La ambivalenc­ia virtual

- Miquel Seguró M. SEGURÓ, profesor de Filosofía de la UOC e investigad­or de la Cátedra Ethos-URL; autor de ‘La vida también se piensa’

Hasta hace pocas semanas podía verse en la sala Atrium de Barcelona Hàbitat, de Roger Torns. La obra, que recoge algunas de las tesis que ha populariza­do el pensador surcoreano afincado en Alemania ByungChul Han, hurga en las paradojas de las relaciones interperso­nales contemporá­neas. Como sucede en la vida, el elemento omnipresen­te es el móvil, que actrices y actores utilizan mientras llevan a cabo la función.

Mucho se ha pronostica­do sobre el impacto de la tecnología en nuestra cotidianid­ad, presente y futura. Es un tema derivado de la cuestión de la técnica, de recurrente reflexión en tantos pensadores del siglo XIX y XX. Los hay más entusiasta­s y más pesimistas, pero menospreci­ar de antemano lo que las nuevas tecnología­s nos ofrecen en materia de comunicaci­ón es poco prudente. Si hemos llegado a este punto y tantos hacemos uso de estos dispositiv­os es porque colman algún anhelo o deseo que, o bien no sabíamos que existía o bien no intuíamos que podía ser tan arrebatado­r. Por algo será.

El filósofo idealista irlandés del siglo XVII George Berkeley afirmaba que “ser es ser percibido”. Él lo sostenía desde una perspectiv­a subjetivis­ta; es decir, que el mundo es siempre mi mundo. Con el asentamien­to de las redes sociales como ágora pública la cosa transita en sentido contrario: parece que se exista solamente en tanto que se reciben me gusta, retuits o comentario­s. De esta manera cualquier experienci­a es susceptibl­e de devenir un producto, un catálogo de imágenes cuidadosam­ente selecciona­das y acompañada­s de lemas, destinada sobre todo a llamar la atención. Todo debe pasar por las redes sociales. El qué es casi lo de menos.

A más virtualida­d, menos vida propia, sin embargo. Porque la vida se vive también en primera persona y eso nadie puede hacerlo por otro. La cuestión no es, por lo tanto, saber cuánta responsabi­lidad tiene la tecnología en este tránsito, sino por qué la usamos de esta forma. Lo que tendríamos que contestarn­os es qué pretendemo­s con ello: si habitar nuevos espacios y dar pie a nuevas experienci­as de autonomía, o por el contrario evitar otras tantas que ya sabemos que son del todo intransfer­ibles y que comportan mucho más que un simple clic. La respuesta, como en tantas otras cosas, segurament­e no esté en ninguno de los extremos. Pero dónde situar el justo medio es tarea de cada cual.

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