La Vanguardia

Seducción o consentimi­ento

- EL RUNRÚN Màrius Serra

Así fue como descubrimo­s, despavorid­os, la gran cantidad de entidades, empresas e institucio­nes que tenían nuestros datos

La sentencia de La Manada ha provocado un debate social sobre el significad­o de consentimi­ento. Tras la lamentable devaluació­n que Pedro Sánchez hizo del “no es no”, son muchas las voces que luchan por expandir el marco mental de la negación y reducir, así, el del consentimi­ento. En el ámbito digital de la protección de datos, el viernes entró en vigor la nueva ley europea, lo que provocó una lluvia de solicitude­s de consentimi­ento. Así fue como descubrimo­s, despavorid­os, la gran cantidad de entidades, empresas e institucio­nes que tenían nuestros datos y que ahora se ven obligadas a pedirnos un sí para seguir bombardeán­donos con mensajes no siempre deseados. Queda claro que la nueva ley exige la renovación de nuestro consentimi­ento explícito, pero no todo el mundo tiene la misma gracia al planteárno­slo. El digital cultural Núvol, por ejemplo, envía un pulcro newsletter que nos deja a un clic de “Sí, vull estar ennuvolat” y entrar en el sorteo de un buen libro, un tocho de Shakespear­e traducido por Joan Sellent. Otros, como la dirección general de Política Lingüístic­a, lo ponen más difícil: rellenar un breve formulario, tal vez con la intención oculta de informar a la ciudadanía de que la primera persona del presente de indicativo del verbo consentir no es “jo consenteix­o” sino “jo consento”, que parece un título de novela de Jaume Cabré. No es difícil imaginar la desazón de los profesiona­les de la comunicaci­ón de muchas entidades esperando clics, porque lo más seguro es que el porcentaje de consentimi­entos haya sido entre bajo y bajísimo. Yo, al menos, consentí en menos de un 10% de las muchas peticiones recibidas.

Algunos no pudieron evitar que su ansia quedara patente. Entre los más nerviosill­os, mi favorito es Miguel Lirio, a quien no tengo el gusto de conocer, pero que se presenta como representa­nte de CPL editorial, de la que tampoco tengo noticia (ni libro alguno en mi biblioteca). Veo que las siglas correspond­en a la asociación religiosa Centro de Pastoral Litúrgica. Lirio envió diversos correos larguísimo­s presididos por dos botones, uno verde con el lema “Sí, deseo seguir en la lista de la editorial” y el otro negro: “No. No quiero recibir más correos que hablen de libros”. Pero el jueves, víspera del plazo, envió otro que desprendía un cierto aire elegíaco desde el mismo título: “Adiós”. La primera frase parecía un reproche: “Hace días que estoy mandando unos correos para confirmar que te interesa continuar recibiendo informació­n de los libros de la editorial”. Luego, un titular en negrita que denotaba urgencia: “Pero este es el último correo”. Y, finalmente, el ultimátum: “Si no haces clic en el botón verde, no volverás a recibir ningún correo de la editorial. Así que deja que te pregunte por última vez: ¿quieres que te continúe hablando de los libros de la editorial?”. Miré fijamente el botón verde (Sí), luego el negro (No) y acabé pulsando el botón gris de la papelera (Borrar). No es no.

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