Seducción o consentimiento
Así fue como descubrimos, despavoridos, la gran cantidad de entidades, empresas e instituciones que tenían nuestros datos
La sentencia de La Manada ha provocado un debate social sobre el significado de consentimiento. Tras la lamentable devaluación que Pedro Sánchez hizo del “no es no”, son muchas las voces que luchan por expandir el marco mental de la negación y reducir, así, el del consentimiento. En el ámbito digital de la protección de datos, el viernes entró en vigor la nueva ley europea, lo que provocó una lluvia de solicitudes de consentimiento. Así fue como descubrimos, despavoridos, la gran cantidad de entidades, empresas e instituciones que tenían nuestros datos y que ahora se ven obligadas a pedirnos un sí para seguir bombardeándonos con mensajes no siempre deseados. Queda claro que la nueva ley exige la renovación de nuestro consentimiento explícito, pero no todo el mundo tiene la misma gracia al planteárnoslo. El digital cultural Núvol, por ejemplo, envía un pulcro newsletter que nos deja a un clic de “Sí, vull estar ennuvolat” y entrar en el sorteo de un buen libro, un tocho de Shakespeare traducido por Joan Sellent. Otros, como la dirección general de Política Lingüística, lo ponen más difícil: rellenar un breve formulario, tal vez con la intención oculta de informar a la ciudadanía de que la primera persona del presente de indicativo del verbo consentir no es “jo consenteixo” sino “jo consento”, que parece un título de novela de Jaume Cabré. No es difícil imaginar la desazón de los profesionales de la comunicación de muchas entidades esperando clics, porque lo más seguro es que el porcentaje de consentimientos haya sido entre bajo y bajísimo. Yo, al menos, consentí en menos de un 10% de las muchas peticiones recibidas.
Algunos no pudieron evitar que su ansia quedara patente. Entre los más nerviosillos, mi favorito es Miguel Lirio, a quien no tengo el gusto de conocer, pero que se presenta como representante de CPL editorial, de la que tampoco tengo noticia (ni libro alguno en mi biblioteca). Veo que las siglas corresponden a la asociación religiosa Centro de Pastoral Litúrgica. Lirio envió diversos correos larguísimos presididos por dos botones, uno verde con el lema “Sí, deseo seguir en la lista de la editorial” y el otro negro: “No. No quiero recibir más correos que hablen de libros”. Pero el jueves, víspera del plazo, envió otro que desprendía un cierto aire elegíaco desde el mismo título: “Adiós”. La primera frase parecía un reproche: “Hace días que estoy mandando unos correos para confirmar que te interesa continuar recibiendo información de los libros de la editorial”. Luego, un titular en negrita que denotaba urgencia: “Pero este es el último correo”. Y, finalmente, el ultimátum: “Si no haces clic en el botón verde, no volverás a recibir ningún correo de la editorial. Así que deja que te pregunte por última vez: ¿quieres que te continúe hablando de los libros de la editorial?”. Miré fijamente el botón verde (Sí), luego el negro (No) y acabé pulsando el botón gris de la papelera (Borrar). No es no.