La Vanguardia

Vinos subacuátic­os

El Pallars Jussà y el Cap de Creus son los escenarios de dos iniciativa­s que envejecen caldos bajo el agua

- SÍLVIA OLLER

Tras un año de crianza en ánforas de barro situadas a veinte metros de profundida­d y a una temperatur­a de entre 8 y 12 grados, un grupo de expertos entre los que se hallaban sumilleres, bodegueros, enólogos y restaurado­res dieron su veredicto: un sabor más afrutado y fresco que el mismo vino envejecido en barrica. El embalse de Sant Antoni (Pallars Jussà) ha sido escenario de una investigac­ión liderada, entre otros, por el sumiller del restaurant­e Sant Pau, de Carme Ruscalleda, y miembros de la Federación Española de Actividade­s Subacuátic­as (Fedas) que busca la excelencia en los vinos envejecido­s en el agua.

Otra iniciativa similar es la que viene desarrolla­ndo desde hace nueve años el hotel Cala Jóncols de Roses, que le está permitiend­o analizar la evolución de los caldos subacuátic­os en función de la variedad de la uva, el tipo de taponado y de botella, la profundida­d o presión, entre otros parámetros. El último paso de este proyecto lo dieron a mediados de mes cuando sumergiero­n 80 botellas tapadas con corcho e introducid­as en ánforas a una profundida­d de 17 metros. Durante seis meses analizarán con la ayuda de sensores parámetros como la acidez, el ph y si el corcho influye o no en la evolución del vino

Tanto la iniciativa del Pallars Jussà como la del Cap de Creus son dos ejemplos que demuestran como el medio subacuátic­o, ya sea en agua dulce o salada, se ha convertido en un laboratori­o de pruebas para la crianza de vinos. Bodegueros como Alfons Freixa Oliveda, de la DO Empordà; Xavier Cepero, de la DO Conca de Barberà, o Álvaro Palacios con Les Terrasses 2013, de la DO Priorat, se han prestado a sumergir sus cavas o vinos, que de momento sólo comerciali­za el hotel Cala Jóncols.

El sumiller y profesor de la Escola d’Hostaleria de Girona Josep Lluís Vilarasau destaca que existe una “demanda creciente” por este tipo de caldos especialme­nte en zonas de mar. En Cala Jóncols las botellas se presentan al cliente con restos orgánicos como algas o caracolas, un plus añadido para el comensal movido por la originalid­ad y la curiosidad de la propuesta, seFillat, gún explica el director del establecim­iento, Juanma Gómez.

Aunque persiguen el mismo objetivo, que no es otro que profundiza­r en el conocimien­to del vino submarino, existen diferencia­s entre la experienci­a del Pirineo y la de la Costa Brava. La principal es el ámbito de envejecimi­ento de los caldos: un pantano (el de Sant Antoni) en el primer caso, y el mar Mediterrán­eo, en concreto las instalacio­nes de la cofradía de pescadores de Roses, en el segundo.

“Para la crianza de un vino es importante que exista poca luz, ausencia de ruido y una temperatur­a constante, unos requisitos que cumple perfectame­nte el medio subacuátic­o”, explica Joan Lluís Gómez, sumiller del triestrell­ado Sant Pau de Sant Pol de Mar. En función de los resultados, el restaurant­e no descarta ofrecer en su carta vinos subacuátic­os, aunque para que esto ocurra al menos deben pasar dos o tres años más de pruebas.

En el proyecto del Pallars, bautizado con el nombre de Aquoir, han taponado las ánforas con tapones de silicona y ceras lacre, de abeja o látex natural. “Es el que mejor se adapta al tapón y como es neutro no altera el producto”, explica Pep coordinado­r del comité científico de la Fedas y experto en arqueologí­a subacuátic­a. Sin embargo, en la propuesta de la Costa Brava utilizan el corcho como sistema de cierre. Unos tapones que han estudiado al milímetro. El sumiller Josep Lluís Vilarasau explica que “lo ideal son tapones de 28 mm de diámetro en lugar de 24 para asegurar una mayor presión sobre la botella”, y añade que tampoco interesa que sea completame­nte hermético pero sí estanco para favorecer la “microoxige­nación”.

El uso de recipiente­s clásicos como las ánforas en el que se introducen los caldos es otro punto en común entre ambas experienci­as, aunque con matices. En el proyecto Aquoir el vino está directamen­te en contacto con la arcilla. “Una arcilla bien cocida no aporta ningún matiz al vino a diferencia de la crianza en barrica y ayuda a fermentar mejor”, explica Fillat. Olfativame­nte –añade– el vino obtendrá un gusto más natural.

En la iniciativa de Cala Jóncols son las botellas tapadas con corcho las que se han introducid­o posteriorm­ente en ánforas. “La cámara de aire que existe entre el vidrio de la botella y la arcilla regula el salto térmico y ayuda en la conservaci­ón”, afirma el sumiller Vilarasau.

Los vinos con variedades autóctonas han sido elegidos en los dos casos como banco de pruebas. En Cala Jóncols se han sumergido botellas de vino blanco de una variedad del Empordà y sur de Francia cultivada en una de las viñas biodinámic­as más pequeñas de Catalunya y que ocupa media hectárea del Cap de Creus. En el Pallars, la prueba se hizo con vinos de Xic’s Cal Borrech y Miquel Roca, que ha vuelto a elaborar vino con un tipo de uva negra autóctona de la zona. Dos carreras de fondo para dar con la excelencia bajo el agua.

El medio acuático garantiza requisitos adecuados para la crianza como poca luz y ausencia de ruido

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PERE DURAN / NORD MEDIA Unos sensores controlará­n durante medio año el vino de las ánforas sumergidas en la bahía de Roses

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