La Vanguardia

El gran cartelista de Hollywood

BILL GOLD (1921-2018) Artista estadounid­ense

- PABLO CUBÍ

Si es un cinéfilo, es más que probable que en sus paredes haya colgado alguna de las obras de Bill Gold. Este artista fue uno de los más reputados creadores de pósters de películas, con títulos tan míticos como Casablanca, El exorcista o El golpe.

Durante décadas fue prácticame­nte un desconocid­o para el gran público, dado que, a diferencia de Saul Bass –otro gran clásico–, Gold no buscaba romper moldes. Pero dentro del sector cinematogr­áfico era toda una estrella. Uno de los que ayudaron a reivindica­rlo fue Clint Eastwood, su mayor fan, con el que trabajó en casi todas sus películas.

Recordar a Gold es hacer un repaso a buena parte de Hollywood, en una carrera que abarca desde 1942 al 2011. Era un gran artista y un gran creativo, en una época en la que el cartelismo tenía mucho más peso, cuando la gente acudía al cine atraída por aquellas marquesina­s enormes que prometían drama, intriga o acción a raudales.

Neoyorquin­o de nacimiento, después de estudiar diseño, Gold no pudo empezar con mejor pie. Contratado por la Warner Bros, su segundo encargo fue Casablanca. Dibujó a toda la constelaci­ón de personajes, en un tono ocre, y un sutil juego de miradas, y a Humphrey Bogart, pistola en mano, en primer plano. Como toda la película, el cartel pasó a tener la pátina de mítico. Gold ganó muchos enteros y pronto se había independiz­ado y había creado su propia empresa de promoción.

Algunos de sus trabajos han llenialida­d gado a ser tan famosos como la película, y los originales han sido muy valorados en subastas. Es el caso de Un tranvía llamado deseo (1951), de Elia Kazan; My fair lady (1964), de George Cukor, o el James Bond Diamantes para la eternidad (1971).

Aquí recordarem­os tres obras especialme­nte poderosas. En Alien (1979), en lugar de plasmar al monstruo o la cara de terror de los tripulante­s de la nave, opta por un cartel negro y, en el centro, sobre una reja, un huevo que empieza a eclosionar con una luz verdosa. Una idea simple y potente. Otra ge- fue la de El exorcista (1973), donde perfila al cura vestido de calle frente a la vivienda e iluminado por la luz de una ventana. Por último, el siempre perfeccion­ista Stanley Kubrick logró de él un trabajo original para La naranja mecánica (1971), en la que el protagonis­ta se abre paso cual gusano a través de un triángulo.

Por lo que respecta a su colaboraci­ón con Eastwood, empezó con

Harry el sucio (1971). Quedó tan impresiona­do que lo contratarí­a en cualquier título que produjera o protagoniz­ase. En total, más de treinta. “No sé qué es lo primero que atrae de una película, si los protagonis­tas, el título o una imagen –explicaba Eastwood, en 1994, cuando entregó a Gold el premio a toda una carrera de la revista Hollywood Reporter–. Creo que será una combinació­n de las tres. Esa es la labor del cartel cinematogr­áfico”.

En épocas más recientes, cuando ganaron fuerza la fotografía y el Photoshop, Gold se adaptó, pero también siguió fiel a su estilo de dibujo a mano. Veterano de una estirpe en la que hoy queda como destacado supervivie­nte Drew Struzan

(Star Wars, Indiana Jones), Gold murió el pasado día 20 a los 97 años, víctima del alzheimer.

La enfermedad fue lo único que consiguió alejarlo de su pasión. Su último trabajo es del 2011, y como no podía ser de otro modo, para una película de Eastwood: J. Edgar. Pero una señal de que las cosas no iban bien es que el cartel no era uno de sus potentes dibujos, sino sólo una foto de Leonardo DiCaprio caracteriz­ado como Hoover.

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