Del picoteo al empacho
Ya sabemos que Francia es muy dada a arrogarse cualquier tipo de figura o novedad artística (Pablo Picasso, pintor francés nacido en Málaga), así que no debería extrañarnos que se considere los diarios franceses, singularmente La Presse, Siècle y Le Journal des Débats, como los impulsores y prácticamente inventores del género del folletín, la novela por entregas, que publicaban en sus páginas para solaz y esparcimiento de una nueva y amplia clase media y popular alfabetizada y ansiosa de distracción. Sue, Dumas y tantos otros brillaron en un género en el que los malos son muy malos y los buenos muy buenos, las doncellas son virtuosas y las peleas a muerte se pueden suceder una tras otra mientras tarda en llegar la sangre al río… Diálogos imposibles e inacabables (al principio se pagaba por folio escrito, con lo que las frases cortas y las pláticas exuberantes servían para engordar el emolumento del autor), escenarios exóticos, versiones románticas y hasta disparatadas de la historia de la nación, todo valía para vender papel y atrapar al lector hasta la próxima entrega…
No parece aventurado decir que las actuales series televisivas, tan en boga y tan de moda, beben en parte de las mismas fuentes de ficción popular, por más que se hayan sofisticado y que el llamado lenguaje audiovisual sea otra cosa. En algunos casos, sí, y en otros, no tanto, la verdad. Y como pasa con la zarzuela, no hay que desdeñar ni a los autores hispanos de novela de folletín ni al culebrón televisivo latinoamericano. Si les divierte, léanse, por ejemplo, Barcelona y sus misterios, de nuestro Antoni Altadill, porque en nuestro género chico narrativo también hay joyas escondidas. Que están emparentadas con los inacabables seriales radiofónicos de la infancia de los que ya estamos talluditos y con las ficciones televisivas de hoy, hace unos pocos años refugio de carreras declinantes de exastros de la gran pantalla y hoy piedra de toque de todo actor que se precie y valore.
Nuestros jóvenes y no tan jóvenes se han hecho adictos a estas series, que las plataformas de contenidos audiovisuales suministran en dosis lisérgicas y desde luego estupefacientes. Es curioso y es lo que hoy quería señalar, porque hemos pasado de una generación que podríamos llamar del zapping, porque la impaciencia y la falta de atención continuada les hacía cambiar de canal frente al televisor constantemente y a toda velocidad, a otra, no sé si en parte la misma, que puede someterse a banquetes pantagruélicos y sufrir empachos de ficción acumulada. Veinticuatro o treinta y seis horas de serie seguida (sólo un capítulo más, va…) empiezan a ser formas de socializar. Y me parece que campa un nuevo engaño conyugal, el de mentir y decirle a tu pareja que no has visto más capítulos tú solo, que por algo estáis viendo la serie juntos. Bulimia narrativa, horas de realidad alternativa. No me extraña que vean la actualidad política como una serie, un folletín.
Hemos pasado de la generación del zapping a otra que se somete a banquetes pantagruélicos de ficción