La Vanguardia

Tiempo de perderlo todo

- Anna Folch i Filella A. FOLCH I FILELLA, presidenta de Unicef Comité Catalunya

Rohinyá. Rohinyá es una palabra difícil de escribir y todavía más de pronunciar. Rohinyá, una palabra que quizás últimament­e has leído o has escuchado. Rohinyá es el nombre de un grupo étnico de Birmania que se ha convertido en la minoría más perseguida del mundo.

Los rohinyá han tenido que huir de Birmania víctimas de una historia de terror que vulneraba y arrasaba sus derechos. De hecho, el Alto Comisionad­o de la ONU para los Derechos Humanos lo ha definido como un “ejemplo de limpieza étnica”. Desde el 25 de agosto del 2017, 670.000 personas de esta comunidad birmana –más de la mitad, niños– han abandonado su casa y han cruzado la frontera con Bangladesh, donde se han instalado. Allí, los rohinyá, ahora refugiados, intentan empezar de nuevo en una especie de limbo ya que ningún país los reconoce y viven en asentamien­tos hechos de palos y plástico.

Los niños dibujan helicópter­os atacando pueblos o soldados que hieren a niños jugando a fútbol. Ilustracio­nes de recuerdos que ningún niño y niña tendría que vivir nunca. Los testigos que llegan a Bangladesh son desgarrado­res: ponen palabras al horror y con la esperanza de volver a casa, no a cualquier precio: “Una bala me hirió el pie. Creo que me dispararon por error. Querían disparar a personas mayores”. “No quiero volver a Birmania, allí la gente mata a otra gente”. “Si hay paz, quiero volver ahora mismo”. Lo explican Muhamad, Supraya y Anowar, niños de Cox’s Bazar.

Pero ahora hay nuevos peligros que esquivar. Es la estación de las lluvias torrencial­es y tifones; tiempo de perderlo todo, lo poco que les queda. Y sabemos que no detendremo­s las inclemenci­as meteorológ­icas que pueden convertir la grave situación en la que se encuentran en una catástrofe aún mayor. Pero en Unicef trabajamos para que el lugar donde viven sea lo más seguro posible, para fortalecer la salud de los niños –ahora más frágil que nunca– y evitar o superar las posibles epidemias. También distribuim­os nueve millones de litros de agua potable al día y creamos espacios de apoyo psicosocia­l donde los niños y niñas puedan bailar, jugar o dibujar. Para que las balas, los helicópter­os y la sangre de los dibujos se conviertan en flores y sonrisas.

En Bangladesh, los rohinyá buscaban refugio y han encontrado un futuro incierto y ahora movedizo con la amenaza del monzón. Es pues vital que la comunidad internacio­nal responda con urgencia porque hacen falta fondos para asegurar, inmediatam­ente, a los niños y las niñas, la educación, la salud y la protección a la cual tienen derecho.

Y el derecho a poder volver a casa, en paz.

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