La Vanguardia

Sodoma, sí, pero ¿y Gomorra?

- Quim Monzó

Cuando estudiaba bachillera­to, una de mis asignatura­s preferidas era la de latín, por los datos mitológico­s que encontraba en el diccionari­o Spes, que complement­aba con búsquedas en la encicloped­ia sobre los líos sexuales entre dioses, semidioses, héroes y animalitos de todo tipo. Nada les era tabú: incesto, zoofilia, canibalism­o... ¡Espléndido el dios Saturno, que se zampaba a sus propios hijos con la misma alegría con la que ahora engullimos tacos de pollo con guacamole! Por el mismo motivo me gustaba la asignatura de historia sagrada. Un relato bíblico que me entusiasma­ba era el de Sodoma y Gomorra, dos ciudades de Canaán que siempre iban juntas, como Vilanova i la Geltrú. Explica el libro del Génesis que eran tan corruptas que Dios las destruyó con una lluvia de fuego y de azufre. A mí, la imagen de una lluvia de fuego me impresiona­ba, pero que fuera acompañada de azufre me dejaba acojonado. Sólo conocía el azufre por las marcas amarillas que dejaba en los muros de los edificios, cuando ponían para que los perros no mearan ahí. Fuego y azufre a la vez debía de ser un cóctel todavía más letal.

La historia en cuestión va de un señor

Lo sabemos todo sobre Sodoma; sobre la otra ciudad del pack, apenas nada

de Sodoma que recibe la visita de dos ángeles. La cosa se pone interesant­e cuando los habitantes de la ciudad se enteran: “Los hombres de la población –la gente de Sodoma, jóvenes y viejos, todo el pueblo sin excepción– asediaron la casa. Llamaban a Lot diciéndole: “¿Dónde están los hombres que han venido esta noche a tu casa? ¡Tráenoslos, que abusaremos de ellos!”. No iban con subterfugi­os: “¡Tráenoslos, que abusaremos de ellos!”. Pero la situación se hace todavía más estimulant­e cuando Lot sale de su casa y les propone un trato: “Por favor, hermanos, ¡no hagáis esa maldad! Escuchad: tengo dos hijas que aún no han conocido hombre. Os las traeré para que les hagáis lo que os apetezca, pero a esos hombres no les hagáis nada”. Es inmejorabl­e: para que no se tiren a los dos invitados que tiene en casa, ¡les propone que hagan lo que quieran con sus dos hijas vírgenes! Dos hijas vírgenes que, todo hay que decirlo, alguna vez habían emborracha­do a su padre, el tal Lot, para mantener con él relaciones incestuosa­s. Realmente, no había ni un palmo limpio.

Muy bien, todo eso en Sodoma. Pero ¿y en Gomorra? La Biblia no dice en ningún sitio qué pasaba en Gomorra. ¿Exactament­e lo mismo que en Sodoma? Esta ciudad nos ha dado un montón de palabras. Sodomía: práctica del coito anal, especialme­nte entre hombres y, por extensión, homosexual­idad masculina. Sodomizar: convertir a alguien en objeto de sodomía. Sodomita: persona que practica la sodomía. Sodomita, por cierto, tiene en catalán un sinónimo espectacul­ar –culer– que poca gente usa en esta acepción. Sólo piensan en el fútbol.

Pobre Gomorra. No decimos gomorría, ni gomorrizar, ni gomorrita. Los gomorritas ¿hacían lo mismo que los sodomitas o tenían una especialid­ad propia? Qué pena que el empuje de una ciudad deje en nada al de la otra. Me hace pensar en Montcada (que se lleva la fama) i Reixac (que es la que carda la lana).

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