La Vanguardia

El hueso de la fruta

- Josep Maria Ruiz Simon

Benedict Anderson apuntó en un libro muy influyente (Imagined Communitie­s, 1983) que todas las naciones modernas son, sin excepción, comunidade­s imaginadas por las personas que se identifica­n con ellas. Esta definición invita a ver las naciones como lugares donde se vive mentalment­e y que han sido construido­s con imágenes creadas por vías diversas que permiten que quienes los habitan con la mente se sientan como en casa en compañía de aquellos con quienes creen compartir la residencia. Posteriorm­ente el sociólogo estadounid­ense Rogers Brubaker remarcó que no sólo hay diferentes naciones imaginadas de maneras diferentes, sino que una misma nación también puede ser imaginada de maneras diferentes en tiempos diferentes o, incluso, al mismo tiempo, cuando la imaginan personas diferentes. En esta considerac­ión tan pertinente, Brubaker pasaba por alto otra posibilida­d: que una misma nación sea imaginada al mismo tiempo de manera diferente por las mismas personas. Si no se tiene en cuenta esta posibilida­d, el pujolismo y sus secuelas actuales se convierten en fenómenos del todo incomprens­ibles.

La considerac­ión de Brubaker sobre las múltiples maneras de pensar una nación se encuentra en un artículo, In the name of the nation (2004), donde trataba de esclarecer el funcionami­ento de los discursos políticos que pretenden hablar en nombre de la nación. Hay que recordar que, entonces, en los EE.UU. el recuerdo del 11-S era muy vivo, que la guerra de Iraq había empezado meses antes y que, como señaló Wendy Brown, los lazos amarillos en apoyo de las tropas se habían convertido en iconos que querían recordar cuál era la frontera que separaba no sólo los buenos americanos de los enemigos de la nación, sino, incluso, el bien y el mal. Es en este contexto, en el que quienes hablaban en su nombre excluían del “nosotros” de la nación a los que disentían de sus políticas, que Brubaker subrayaba que las naciones pueden imaginarse de muchas maneras y que algunas eran más inclusivas.

Brubaker también se ocupaba del caso en que la comunidad imaginada no coincide con la totalidad del territorio del Estado y el discurso nacionalis­ta sobre la nación conlleva una demanda de autonomía o independen­cia y trabaja la imaginació­n buscando cambiar la manera no necesariam­ente exclusiva cómo la gente se identifica nacionalme­nte. Y también hablaba, como en publicacio­nes anteriores, de lo que denomina la “nación nuclear” (core nation).

La nación nuclear es la nación en que viven sentimenta­lmente quienes se consideran los propietari­os legítimos de la política nacional porque consideran que representa­n las esencias patrias que el Estado, ya sea un viejo Estado, un poder autónomo o un nuevo Estado independie­nte, tendría que promover. El hecho de que quienes habitan en una nación nuclear aspiren a construir una nación en la que el hueso se confunda con la fruta es lo que explica fenómenos como el pujolismo y sus secuelas, que tan pronto hablan políticame­nte de la nación con un lenguaje liberal apto para todos los públicos como se dirigen más sinceramen­te a los afines con otros lenguajes.

Una misma nación puede ser imaginada al mismo tiempo de manera diferente por las mismas personas

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