La Vanguardia

Cada día más impuntuale­s

El teléfono móvil es perfecto para retrasarse o anular la cita a última hora

- JAVIER RICOU

La dirección de la línea de ferrocarri­les West Japan Railways se vio obligada a emitir días atrás una nota oficial de disculpa después de que uno de sus trenes saliera 25 segundos antes del horario previsto. Ese convoy debía de partir a las 7.12 y cerró puertas a las 7.11.35. La compañía admite que ese fallo en puntualida­d ha causado entre los usuarios “un inconvenie­nte inexcusabl­e” y se compromete “a evaluar a fondo lo ocurrido para que algo así no vuelva a repetirse”.

Varios pasajeros, acostumbra­dos a que los trenes japoneses salgan a la hora en punto (ni un segundo más, ni uno menos) perdieron ese convoy. Y tuvieron que esperar siete minutos a que llegara el siguiente tren (el de las 7.19) para completar el recorrido previsto. Un retraso que en muchas culturas no sería ni digno de mención. No es el caso de Japón, donde llegar siete minutos tarde al trabajo, al colegio o a una cita además de estar muy mal visto es considerad­o como una grave falta de respeto.

“La puntualida­d va ligada al prestigio de una persona, empresa o institució­n. Es un signo para el reconocimi­ento y el respeto de alguien o hacia alguien. Cuando otra personas decide entregarno­s su tiempo, sea mucho o poco, está cediendo algo que nunca más va a recuperar”, afirma Óscar López, diplomado en Protocolo y Relaciones Institucio­nales del Instituto Mediterrán­eo de Estudios de Protocolo (IMEP). Las personas impuntuale­s “son ladrones del tiempo ajeno”, sentencia López.

Lo más preocupant­e, añade Óscar López, “es que cada vez somos menos puntuales”. Esta es una asignatura que España no aprueba. “Si yo fuese profesor del tiempo mandaría cada año a nuestro país a los exámenes de septiembre y seguro que llegaría también tarde”, augura este experto en protocolo. “Vivimos en una sociedad estresada lo que complica la organizaci­ón del tiempo y cuando todo se complica no dudamos en poner incluso en peligro nuestra propia vida con el coche o la moto para salvar nuestra impuntuali­dad, fruto de esa desorganiz­ada vida”.

Y por si ese ADN de impuntuali­dad de los españoles no fuese ya suficiente, las cosas van ahora a peor tras la llegada de los teléfonos móviles. Unos aparatos muy útiles en la organizaci­ón del trabajo o la vida doméstica, pero que al mismo tiempo “nos han convertido en personas más informales con las citas”, considera Óscar López.

“Décadas atrás quedabas con alguien a una hora en un determinad­o sitio y salvo que te hospitaliz­aran u ocurriera algo muy grave te presentaba­s a la cita. No había forma de decirle a la otra persona: ‘Oye no voy a ir’. Y mucho menos en el último momento”. Ahora, con el teléfono móvil es muy frecuente recibir una llamada –a veces cuando ya pasan unos minutos de la hora marcada para la cita– en la que la persona a la que se espera informa que no va a acudir a ese encuentro con frases como: “Oye no te lo vas a creer, me vas a tener que disculpar pero no puedo ir, se me acaba de complicar el día, me vas a matar pero…”

Una simple llamada por teléfono parece bastar, entre los impuntuale­s reincident­es, para zanjar el asunto. Sin que parezca preocuparl­es que hoy en día para muchas personas el tiempo es ya más

importante que el dinero. El impuntual lo es en todos los ámbitos: en una cita, a la hora de entregar un trabajo, en una reunión… mientras que el puntual suele llegar siempre a la hora.

Estos últimos consideran ese valor como una prueba de educación, un signo de responsabi­lidad y una muestra de orden

Igual de importante es llegar a la hora a una entrevista de trabajo (no hacerlo es empezar con muy mal pie) que a una cita empresaria­l o romántica. “En cuestiones de protocolo sólo podría excusarse una impuntuali­dad si ese retraso está buscado para manifestar una protesta o un enfado”, afirma Óscar López.

Hay diferentes perfiles de impuntuale­s. Está el distraído (olvida las citas) el optimista (cree que puede con todo y que siempre llegará a tiempo) o el depresivo (es incapaz de organizars­e y además es perezoso). Pero los que más enojan a los puntuales son el narcisista y el histriónic­o. El primero considera que está por encima del resto y el retraso es una forma de imponerse al grupo. El histriónic­o es aquel al que le gusta llegar tarde para que todos le esperen y ser el centro del encuentro. Y además considera que su tiempo vale mucho más (siempre dice que está muy ocupado) que el del resto de las personas con las que ha quedado. “En esos casos la falta de respeto es total, nadie tiene derecho a hacer esperar a otra persona. Todos tenemos vida y la de ese impuntual narcisista no es más importante que las otras”, afirma Óscar López.

Un estudio realizado en la Universida­d Estatal de San Diego (California) concluyó que las personas optimistas eran las menos puntuales. Los pensamient­os positivos no ayudan, según los autores de ese trabajo, a una buena organizaci­ón del tiempo. Las personas optimistas creen que pueden con todo y que siempre llegarán a a la hora. Uno de los experiment­os consistió en reunir a diferentes personas para que contaran mentalment­e un minuto. Los participan­tes más realistas o pesimistas se acercaron mucho a los 60 segundos. Los más optimistas calcularon siempre ese minuto sobrepasan­do los 77 segundos.

Desde la disciplina de protocolo social se considera, por otro lado, que los robos de tiempo ajeno se comenten también cuando uno alarga más de lo necesario una cita o una reunión. Son esas personas que después de llegar tarde no tienen ninguna prisa por irse. Óscar López recomienda en estos casos preguntar antes o durante el encuentro si alguno de los asistentes tiene prisa. “Si es así y alguien alarga la cita cuando está ya todo dicho, se está cometiendo la misma falta de respeto que la cometida al llegar tarde”, afirma este experto en protocolo.

Y tan malo es, asimismo, llegar tarde como hacerlo demasiado temprano. Aunque no hay un manual de reglas escritas, lo aconsejabl­e es calcular los tiempos para llegar entre cinco y diez minutos antes de la hora fijada. Eso permite salvar imprevisto­s y si no han aparecido durante el desplazami­ento siempre se pueden acabar de consumir los minutos que sobran en el coche, en un banco de la calle o una cafetería.

Esos diez minutos de antelación son, sin embargo, sagrados para la persona que ha convocado el encuentro o va a dirigir esa reunión. Y en el caso de que la invitación sea en un domicilio particular jamás hay que adelantars­e mucho tiempo a la cita, ya que se corre el riesgo de sorprender a los anfitrione­s sin estar aún preparados para recibir a los invitados.

En España retrasos de diez minutos siguen siendo aceptados como normales, lo que no ocurre en otros países como Alemania, Japón o Estados Unidos donde la puntualida­d es algo sagrado.

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XAVIER CERVERA Llegar tarde a una cita o una reunión se considera una falta de respeto; nadie tiene derecho a robar tiempo a las personas a las que se hace esperar
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