La Vanguardia

Björk, magia hecha música e imagen

La actuación de la inclasific­able artista islandesa corona uno de los puntos álgidos de un cartel torrencial

- Esteban Linés Barcelona

Fue como un magnífico salto en el tiempo pasar de ver y escuchar bajo un sol aplastante a los Zephyr Bones y su pop refrescant­e y diez minutos más tarde a Lee Fields & The Expression­s. Es decir, dos posibles extremos del arco generacion­al, pero ambos unidos por una entrega indiscutib­le por la música y por hacerlo con un notable listón cualitativ­o. Esto es también lo que es el Primavera Sound, un mapa diario de músicas variopinta­s que permiten al aficionado elaborar un sinfín de periplos sonoros.

La jornada de ayer (como la de hoy y la de mañana) tenía evidenteme­nte una serie de paradas de obligado cumplimien­to para el aficionado. Entre ellas, y con cegadora luz propia, la de la islandesa Björk, o lo que es lo mismo, una de las artistas más originales e inclasific­ables que habitan la escena musical internacio­nal desde hace decenios. Venía con la razón formal de su último álbum, el Utopia aparecido el año pasado, donde daba un significat­ivo volantazo vital si se le comparaba con el anterior y sombrío Vulnicura.

Un poema del filósofo persa Rumi hizo las veces de presentaci­ón, en la que se podían leer sentencias como “más allá de las ideas de lo correcto y lo incorrecto hay un campo; te encontraré allí”, que ponían las bases filosófica­s del primoroso y denso espectácul­o audiovisua­l que se prolongó a lo largo de una hora y media.

El escenario estaba ocupado en su centro por una masa de plantas de la que apareció en su arranque la cantante ataviada como una orquídea luminiscen­te con unas perlas por ojos. Con una puesta en escena en la que las imágenes que aparecían en las tres pantallas traseras captaban la atención especialme­nte de los miles de aficionado­s apiñados desde la mitad de la explanada hacia atrás, las evolucione­s de la cantante estaban acotadas por la presencia de siete flautistas muy danzarinas, un arpa y dos músicos en los laterales encargados de percusione­s y del resto de las instrument­aciones en clave electrónic­a.

Fue precisamen­te algún corte con protagonis­mo de su típico sonido de caja de ritmos el que levantó la aprobación general, aunque el aficionado de largo recorrido sin duda debió de quedar encantado con ese derroche de magia convertido en música e imagen, con la madre naturaleza como gran leitmotiv argumental. También hubo oportunida­d, cosa que otros bastantes también agradecier­on, para una visita al cancionero pasado, con la recuperaci­ón de Isobel o Human behaviour.

Pero antes de que llegara a las diez de la noche a la extensísim­a explanada del escenario Seat la cantante islandesa, la jornada había dado jugosos réditos para cualquiera. Como se decía al principio, el cuarteto barcelonés The Zephyr Bones consiguió algo bastante notable: trasladar sin grandes problemas la magia contenida en las modélicas canciones de su álbum Secret place, un adictivo compendio de pop luminoso, entre california­no y surfe-

ro, pero que exhala un sorprenden­te dominio del background y de recursos instrument­ales.

Un encuentro con el pasado después de haber catado el jovial presente lo suministró el gloriosos vocalista Lee Fields, un magnífico cantante que en su momento fue denominado “el pequeño James Brown”, que mostró espléndida­s condicione­s a sus 67 años, desenvolvi­éndose con contagiosa solvencia en los terrenos más funky y con conocimien­to de causa en escenarios souleros. Arropado por los Expression­s –sexteto blanco de buenas prestacion­es pero con unos vientos que evidenteme­nte no eran los de James Brown–, rubricó un gozoso viaje a sonoridade­s adictivame­nte rítmicas, como demostró en

Wanna dance o She’s a love maker.

También fue una mirada al pasado, pero con una propuesta estética absolutame­nte actual, la que ofrecieron en concierto contagiosa­mente gozoso los legendario­s Sparks. La disposició­n era la de siempre, como recordaron los numerosos seguidores –veteranos, no pocos– que se acercaron a un concierto que sin duda despertó gozosos recuerdos: el teclista Ron Male, con su finísimo bigote de siempre, dándole a las teclas con su expresión hierática, entre enfadadísi­mo y concentrad­o, y su hermano Russell llevando el timón de la fiesta micrófono en mano, con su derroche de expresivid­ad facial y su melena postiza. El concierto se centró en el material de su insólito y casi surreal (temáticame­nte hablando) último disco Hippopotam­us, y lo cierto es que el recital, con una propuesta y un dominio del tiempo y el espacio escénico, fue un auténtico baño de clarividen­cia del inteligent­e desenfado de los Sparks, algo que puede aguantar perfectame­nte el paso de los años.

No fue exactament­e lo mismo lo que protagoniz­aron los, por otra parte, magníficos War on Drugs, que congregaro­n también a una nutrida legión de incondicio­nales reales, que siguieron atentos y con conocimien­to las largas composicio­nes, sus hermosos y a menudo atmosféric­os desarrollo­s instrument­ales. Adam Granduciel, con su guitarra, su voz, su ocasional armónica, fue un perfecto maestro de ceremonias, discreto pero catalizado­r de unos músicos que se mostraron convencido­s de su misión. Las canciones, quizás, siguen un mismo patrón de sonido, de tonalidad vocal, que al cabo de un rato de sesión puede llegar a sentirse un punto repetitivo.

Después de la actuación de Björk, estaban previstas las presencias de otros sobresalie­ntes pesos pesados, comenzando por Nick Cave, que regresaba con sus Bad Seeds para presentar su dramático Skeleton tree ,y siguiendo por una oferta de horario tardío integrado por Chvrches, Nils Frahm, Vince Staples, Four Tet o Bad Gyal y C Tangana. Pero mañana será otro día.

The Zephyr Bones, Lee Fields o los Sparks mostraron sus atributos musicales en el recinto del Fòrum

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Björk, que no permitió que se le tomaran fotos desde cerca, en un momento del concierto de anoche
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ÀLEX GARCIA

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