Sorpresa y augurio

El sentido afirmativo de los cinco trascendentales votos del PNV en el Congreso rebajaron bruscamente la trascendencia de la esperada primera intervención del president Quim Torra en el Cercle. El escenario principal ya se había trasladado a la Carrera de San Jerónimo con la moción de censura y la inopinada caída de Rajoy inundó el patio de butacas del hotel de Sitges de exclamaciones de incredulidad.

Torra sorprendió. A los organizadores y al público. No tenía ante si un personal propicio; en la memoria, la pobre intervención de su antecesor, Carles Puigdemont. Superó esa expectativa de salida. Buscó complicidades con el auditorio recordando episodios de su pasado profesional. La primera parte de su intervención cumplió con el discurso al uso: Catalunya vive un conflicto político con el Estado que este intenta resolver con represión, con especial énfasis en la situación de los presos y el president exiliado, y con el uso exclusivo del poder judicial. Torra quiso recordar a los empresarios que el Estado les maltrata a ellos también –Corredor Mediterráneo, aeropuerto de El Prat, déficit fiscal– pese a lo que, señaló, la economía catalana va como un cohete sin mostrar ningún síntoma de que la crisis política le pase factura.

Cuando ya parecía que todo estaba dicho, Torra entró en harina y expresó su apoyo a la

última toma de posición pública del Cercle –un nuevo Estatut, con rango constitucional en el marco de la Constitución española– como punto de partida. Poco le faltó al presidente del Cercle, Juan José Bruguera, sentado junto a él en la mesa presidencial, para dar un salto de sorpresa. Al final, pese a la división de opiniones, la mayoría prefirió irse a casa llevándose en el bolsillo la disposición de Torra a negociar a partir de la propuesta del foro cuando la política española sumaba más dosis de incertidumbre. Mal sabor de boca dejó que Torra no aceptase preguntas. Mal augurio cuando se habla de diálogo.