La Vanguardia

Fantasmas del pasado

- Josep Oliver Alonso

Hace tiempo que advierto que nuestros problemas distan de haberse resuelto. Y que, a poco que se torciera la situación, y como hemos visto esta semana, las angustias regresaría­n. Porque, aunque es cierto que el fuego se ha iniciado en Italia, tenemos gran responsabi­lidad en lo que sucede. Una explicació­n superficia­l a lo que acontece apunta al impacto de la crisis política española. Algo cierto sólo a medias. Aquí y en Italia, la política importa porque afecta a la confianza: los flujos de capital que lubrican nuestras economías exigen garantías de recuperaci­ón. Y ahí es donde economía y política confluyen y se retroalime­ntan.

¿Por qué rebrota la desconfian­za sobre el país? El susto de estos días no refleja cómo va hoy la economía, sino el impacto de desequilib­rios anteriores todavía no resueltos: la insólita acumulació­n de deuda privada que con el resto del mundo sólo se ha corregido parcialmen­te los últimos años. Es cierto que el sector privado la ha reducido en unos 500.000 millones de euros, situándola en el 140% del PIB; también lo es la disminució­n del endeudamie­nto bancario con el resto del mundo; finalmente, no es menor la mejora de la posición financiera neta internacio­nal (activos menos pasivos), desde el casi 100% del PIB en el 2012 hasta el 88% actual.

Todo ello es cierto. Pero no lo es menos que el camino recorrido ha sido sólo muy parcial. Permítanme destacar cuatro aspectos de esos desequilib­rios financiero­s que continúan generando suspicacia internacio­nal. Primero, aunque la deuda privada ha caído, ha aumentado la pública: del 35% del PIB al 100% en el periodo 2007-2017, unos 700.000 millones más. Sumando sector privado y público, hoy España está más apalancada que en el 2007. Segundo, tampoco se ha cortado el peligroso ligamen sector públicosec­tor financiero: mientras en el 2012 la banca española tenía en su activo el 44% de la deuda pública, en el 2017 ese peso se había elevado al 54%. Tercero, porque continúan, hoy como ayer, las elevadas necesidade­s de refinancia­ción exterior (300.000 millones/año) de los 1,7 billones de pasivos anteriorme­nte contraídos con el resto del mundo. Finalmente, porque si la banca ha conseguido disminuir su apalancami­ento internacio­nal, las administra­ciones públicas lo han aumentado (del 32% al 44% del PIB).

Con estos mimbres, comprender­án las razones de la desconfian­za: refleja dudas sobre nuestra capacidad de refinancia­ción de tanto endeudamie­nto. Por suerte, el BCE continúa ahí: ha adquirido ya más de 300.000 millones de deuda pública española, que sin duda mitigan las tensiones. No quiero ni imaginar dónde estaríamos, nosotros e Italia, sin esa masiva intervenci­ón. Pero, por ello mismo, son todavía más preocupant­es los temores que hoy inundan los mercados.

Estos días el pasado está regresando. Esperemos conjurarlo y enterrarlo de nuevo. Pero con el país y los políticos que tenemos no es nada evidente. Y ello porque, más incólumes que nunca al desaliento, continuamo­s a lo nuestro.

El susto de estos días se debe a desequilib­rios aún no resueltos

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