Fantasmas del pasado
Hace tiempo que advierto que nuestros problemas distan de haberse resuelto. Y que, a poco que se torciera la situación, y como hemos visto esta semana, las angustias regresarían. Porque, aunque es cierto que el fuego se ha iniciado en Italia, tenemos gran responsabilidad en lo que sucede. Una explicación superficial a lo que acontece apunta al impacto de la crisis política española. Algo cierto sólo a medias. Aquí y en Italia, la política importa porque afecta a la confianza: los flujos de capital que lubrican nuestras economías exigen garantías de recuperación. Y ahí es donde economía y política confluyen y se retroalimentan.
¿Por qué rebrota la desconfianza sobre el país? El susto de estos días no refleja cómo va hoy la economía, sino el impacto de desequilibrios anteriores todavía no resueltos: la insólita acumulación de deuda privada que con el resto del mundo sólo se ha corregido parcialmente los últimos años. Es cierto que el sector privado la ha reducido en unos 500.000 millones de euros, situándola en el 140% del PIB; también lo es la disminución del endeudamiento bancario con el resto del mundo; finalmente, no es menor la mejora de la posición financiera neta internacional (activos menos pasivos), desde el casi 100% del PIB en el 2012 hasta el 88% actual.
Todo ello es cierto. Pero no lo es menos que el camino recorrido ha sido sólo muy parcial. Permítanme destacar cuatro aspectos de esos desequilibrios financieros que continúan generando suspicacia internacional. Primero, aunque la deuda privada ha caído, ha aumentado la pública: del 35% del PIB al 100% en el periodo 2007-2017, unos 700.000 millones más. Sumando sector privado y público, hoy España está más apalancada que en el 2007. Segundo, tampoco se ha cortado el peligroso ligamen sector públicosector financiero: mientras en el 2012 la banca española tenía en su activo el 44% de la deuda pública, en el 2017 ese peso se había elevado al 54%. Tercero, porque continúan, hoy como ayer, las elevadas necesidades de refinanciación exterior (300.000 millones/año) de los 1,7 billones de pasivos anteriormente contraídos con el resto del mundo. Finalmente, porque si la banca ha conseguido disminuir su apalancamiento internacional, las administraciones públicas lo han aumentado (del 32% al 44% del PIB).
Con estos mimbres, comprenderán las razones de la desconfianza: refleja dudas sobre nuestra capacidad de refinanciación de tanto endeudamiento. Por suerte, el BCE continúa ahí: ha adquirido ya más de 300.000 millones de deuda pública española, que sin duda mitigan las tensiones. No quiero ni imaginar dónde estaríamos, nosotros e Italia, sin esa masiva intervención. Pero, por ello mismo, son todavía más preocupantes los temores que hoy inundan los mercados.
Estos días el pasado está regresando. Esperemos conjurarlo y enterrarlo de nuevo. Pero con el país y los políticos que tenemos no es nada evidente. Y ello porque, más incólumes que nunca al desaliento, continuamos a lo nuestro.
El susto de estos días se debe a desequilibrios aún no resueltos