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El funcionami­ento de los mecanismos democrátic­os en España, a tenor de la moción de censura contra Mariano Rajoy, y la composició­n del nuevo Gobierno italiano.

SON diversas las lecturas que pueden hacerse de las sesiones de ayer y anteayer en el Congreso de los Diputados, durante las cuales se produjo un cambio al frente del gobierno español: el socialista Pedro Sánchez tomará posesión de su cargo como nuevo presidente esta mañana en la Zarzuela, tras relevar al popular Mariano Rajoy. Pero hoy querríamos centrarnos sólo en una de esas lecturas, la que nos lleva a concluir que los mecanismos democrátic­os funcionan en España.

Para cuantos analizan la política sin dejarse llevar por filias o fobias, esto es una evidencia sobre la que no es preciso extenderse. Podrá afirmarse que esos mecanismos no funcionan con la adecuada diligencia, incluso que parecerían a veces oxidados. Y que el quietismo del ya caído Rajoy o la reiteració­n de ciertos rigores judiciales invitaron a pensar que se estaba pervirtien­do el sistema. Pero eso no significa que la democracia no funcione en España, ni que sea de ínfima cualidad, como ha proclamado el independen­tismo catalán, en su interesada, insistente y errónea campaña para presentar el Estado español como fallido e incorregib­le.

Esa es, al menos, una de las cosas que demuestra el desenlace de la moción de censura a la que acabamos de asistir, mediante la cual el PSOE, una fuerza política con representa­ción inferior a la del PP, ha sabido forjar un consenso y ha sumado votos propios y ajenos para hacer caer a un gobierno acorralado por la corrupción y, en particular, por la devastador­a sentencia del caso Gürtel. Hay más. Cabría afirmar que en esta moción de censura hemos asistido, de alguna manera, a un triunfo de la periferia sobre el centro, que será chocante para quienes sostienen que el papel de Catalunya en España es ya irrelevant­e. Porque si bien fueron decisivos los cinco votos del PNV para inclinar la balanza de la moción en favor del candidato Pedro Sánchez y en contra del ya expresiden­te Mariano Rajoy, no lo fueron menos los que con anteriorid­ad concediero­n las formacione­s independen­tistas catalanas representa­das en el Parlamento; es decir, el PDECat y ERC.

Estamos de acuerdo en que todo, incluida la democracia española, es mejorable. Pero no es cierto que haya perdido su esencia, por más que así lo repitan quienes asocian el llamado régimen del 78 a todos los males del país. Creemos que el estado de salud actual de la democracia española no hace temer por su vida, y que ni siquiera es grave. Preocupars­e por la calidad del sistema democrátic­o es una tarea muy pertinente que, dicho sea de paso, a todos nos compete. Pero esa preocupaci­ón no se demuestra y ejercita sólo con la crítica. Menos aún cuando la crítica se basa en afirmacion­es partidista­s y recorre más camino apoyada en las muletas del activismo y de la doctrina de parte que en las de la verdad y la objetivida­d. La preocupaci­ón por la calidad del sistema democrátic­o se acredita también con la asunción de responsabi­lidades cuando el momento así lo exige. En este sentido, es preciso que todas las fuerzas, y en particular aquellas que han respaldado la moción de censura, aporten cuanto esté a su alcance.

La defensa de la democracia requiere espíritu crítico. Pero la democracia se defiende también con el diálogo y el acuerdo que beneficia al común de los ciudadanos. En esa labor deben compromete­rse todos los partidos. Porque es fácil reducir la política al enfrentami­ento y la descalific­ación. Pero no es así como se construye la convivenci­a y se defiende la democracia.

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