La Vanguardia

Incertidum­bre, vértigo, utopía

- Fernando Ónega

Todo ha sido tan sorprenden­te, tan mágico, que este cronista siente un poco de emoción. Ver el derribo de un presidente de gobierno al que te acabas acostumbra­ndo excita la sensibilid­ad. Presenciar en directo un vuelco político como el producido tiene algo de privilegio. Asistir a la inesperada proclamaci­ón de otro presidente al que ni siquiera imaginabas en la Moncloa por su exigua representa­ción parlamenta­ria casi roza el terreno de la épica. Y ver que lo aúpan grupos contrarios al sistema constituci­onal y a la propia idea de nación española produce expectació­n y asombro. Todo es insólito, todo es fascinante, todo es segurament­e irrepetibl­e.

Más allá de los sentimient­os, incluso más allá de las motivacion­es de la moción de censura, España ha dado un vuelco. Acaba de pasar del conservadu­rismo más ortodoxo a una alianza de partidos con ingredient­es anticapita­listas. Acaba de pasar de un gobierno netamente españolist­a a una suerte de amalgama que incluye un propósito secesionis­ta ya proclamado y que, en el caso de Catalunya, se concreta en el afán incontenib­le de instaurar la república independie­nte. La palabra más utilizada ante ese cuadro es vértigo. La definición del tiempo abierto, incertidum­bre. Y la intriga, saber, sencillame­nte, si funcionará el experiment­o.

El desafío consiste nada menos que en lograr dos cuadratura­s del círculo. La primera, conseguir que no asusten a los mercados unas reformas económicas y sociales tan de izquierdas que las pueda apoyar Podemos y que supondrán una severa revisión de la política del PP. La segunda, hacer tal encaje de bolillos en política territoria­l, que respete la Constituci­ón y al mismo tiempo no subleve al soberanism­o. Y todo ello, con la fidelidad garantizad­a de sólo 84 diputados. Los que faltan para completar una mayoría suficiente hay que ganarlos minuto a minuto y… cesión a cesión. El problema no es, como dice el PP, que Pedro Sánchez haya querido llegar a la presidenci­a a cualquier precio. El problema para el Estado es que se quiera mantener al precio que sea.

Conservar durante un semestre, no pido más, los 180 votos de ayer sin que crujan las estructura­s del Estado parece una tarea titánica, una misión imposible, pero no hay nada escrito. El éxito histórico sería ver a los nacionalis­tas catalanes participan­do con normalidad en decisiones de Estado, qué deliciosa utopía. Nadie se lo imagina. Este cronista tampoco, la verdad, porque hoy por hoy no entra en el terreno de lo factible. Incluso alguien me puede llamar insensato por atreverme a pensarlo. Pero, ¿saben lo que digo? Que alguna vez lo habrá que intentar.

Conservar durante seis meses los 180 votos de ayer sin que crujan las estructura­s de Estado será una tarea titánica

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