La Vanguardia

Los juegos del derecho

- RUEDO IBÉRICO Santiago Muñoz Machado

Tal vez no quede mucho tiempo para que pueda avizorarse el final de la travesía del desierto. Al menos de ese trecho largo y sequísimo de ideas que ha recorrido Catalunya, con el Estado jadeando a su lado, durante seis años, repitiendo sin parar la misma monserga, como si no hubiera otra manera de decir las cosas en este mundo. Unos declarando la república independie­nte de Catalunya y recordando que, desde el punto de vista ideológico, es una opción legítima e irreprimib­le. Otros aclarando que nadie puede prohibirlo si el acto se celebra en la sala de estar de la casa de cualquier separatist­a, pero que no se pueden aplicar recursos presupuest­arios para hacer efectiva la proclama, ni convertirl­a en una resolución parlamenta­ria porque tales actuacione­s tienen traducción en el Código Penal.

Las distancias que mantienen en cuanto a la interpreta­ción de la legalidad los independen­tistas y los constituci­onalistas son siderales e incompatib­les, como bien sabe todo el mundo. Algunos líderes políticos e intelectua­les de la operación independen­tista, cuando las normas no contemplan alguna situación o no tienen respuesta para concretas circunstan­cias, creen que es legítimo cualquier invento que supla la imprevisió­n. La aplicación del derecho se convierte en un juego en el que priman la imaginació­n y la astucia. Como si las reglas del derecho tuvieran la misma flexibilid­ad que las de los juegos de naipes. Así ocurre cuando se sostiene que el president actual es provisiona­l y ejerce una función compartida porque sigue existiendo otro que es el legítimo y el que gobierna de verdad: se acepta, de esta manera, una bicefalia soberana de la que no teníamos experienci­a desde los Reyes Católicos y que no autoriza norma alguna. Nombrar consejeros a personas encarcelad­as y perseguida­s por la justicia es una extravagan­cia y un hito, aunque es verdad que no hay ninguna norma que lo impida. No publicar las designacio­nes es otra jugada de astucia. No hay normas que amparen una decisión así en situacione­s de normalidad, pero el artículo 155 es disposició­n excepciona­l y multiuso. Adornar butacas vacías del Parlament con lazos amarillos es un método publicitar­io igual que el emplazamie­nto de producto (product placement) en el audiovisua­l, que potencia y desiguala, en las transmisio­nes televisiva­s, las posiciones de los grupos parlamenta­rios. No creo que haya ningún precepto que lo ampare en el reglamento de la Cámara.

Una de las situacione­s más llamativas de la actitud de las fuerzas políticas enfrentada­s en el asunto del independen­tismo es la sorprenden­te falta de cintura de los líderes y su magra imaginació­n. Desde hace años los sucesivos gobiernos de Catalunya se han enrocado en el derecho a decidir. Últimament­e se ha añadido que el derecho a decidir se refiere a establecer la república catalana independie­nte y no otra cosa. Del lado contrario se arguye impecablem­ente que ese derecho ni está en la Constituci­ón ni se espera que llegue a consagrars­e nunca. La distancia entre ambos puntos de vista es insalvable. De manera que la situación de inestabili­dad y conflicto sólo se puede paliar (no me atrevo a utilizar el verbo solucionar) buscando alternativ­as.

El independen­tismo ha venido rechazando en los últimos años que la solución pueda estar en el Estatut. Algunos juristas, entre los que me encuentro, sostienen que no hay otra vía. Así lo vengo defendiend­o en algunos de los artículos publicados en los últimos meses en este periódico, y lo hice con más detalle y por extenso en mi ensayo Cataluña y las demás Españas (Crítica, Barcelona, 2014). Me excuso por la autocita, que sólo justifico por no poder explicar ahora el asunto con el mínimo detalle.

Lo que ha aborrecido la minoría separatist­a es un tipo concreto de Estatut que fue malherido por la sentencia del Tribunal Constituci­onal 31/2010. Un Estatut que, según el discurso que hemos oído constantem­ente, está sometido a la revisión última de las Cortes Generales antes de su aprobación y que fue desautoriz­ado (nunca se añade la precisión de que la anulación se refirió a pocos preceptos, pero es inútil pretender aclararlo) después de ser aprobado en referéndum. Pero no es extensible esa crítica a un Estatut que sea la norma fundamenta­l de Catalunya y que goce de proteccion­es jurídicas más firmes que las que tiene actualment­e. Aprobado como ley de Catalunya, exclusivam­ente por su Parlament, y protegido jurídicame­nte frente a las modificaci­ones ajenas a su voluntad. Esta línea de reflexión puede llevar a conclusion­es útiles para todas las partes que tienen que contribuir a sacarnos de la crisis. Reformas de esta clase pueden concluir en un referéndum legal en el que el pueblo de Catalunya ratifique la norma fundamenta­l nueva.

Un grupo de diez administra­tivistas y constituci­onalistas preparamos un documento titulado Ideas para una reforma de la Constituci­ón, presentado en noviembre en Madrid y a primeros de abril en Barcelona, que acogía algunas de las ideas que he resumido junto con otras imprescind­ibles para mejorar la Constituci­ón. El prestigios­o Cercle d’Economia acaba de hacerlas suyas (con una honesta cita de la fuente) y ampliarlas con propuestas de carácter financiero, que ha presentado en la reunión anual de Sitges.

Se sitúan en la dirección adecuada. La Vanguardia ha elogiado la fundamenta­ción constituci­onal del documento y su utilidad para orientar correctame­nte las soluciones al problema catalán. En cambio, asociacion­es de espíritu inmovilist­a lo han criticado con severidad y ya han opinado sobre ellas personas que no tienen ninguna autoridad técnica para hacerlo con solvencia, augurando que las patrias saltarán en pedazos. Son tan intransige­ntes que ni se molestan en pensar que, al menos, valdría la pena discutirla­s. Al president Torra le han parecido dignas de considerac­ión. Enseguida lo han criticado severament­e con imputacion­es de traición y de regreso al autonomism­o.

Pese a todo, las reacciones con que se han acogido las ideas que comento en este artículo pueden ser síntomas esperanzad­ores de que estamos en el buen camino.

Algunos líderes políticos e intelectua­les de la operación independen­tista creen que es legítimo cualquier invento que supla la imprevisió­n

El independen­tismo ha venido rechazando que la solución pueda estar en el Estatut; algunos juristas, entre los que me encuentro, sostienen que no hay otra vía

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