La Vanguardia

El rock dramático de The National

El grupo de Matt Berninger exhibió magisterio en un concierto memorable

- Esteban Linés Barcelona

El calor de ayer no era primaveral precisamen­te en el Fòrum sino de una intensidad más que notable, la misma que desplegaro­n un buen número de oficiantes que atrajeron a los varios miles de aficionado­s que volvieron a llenar el amplio recinto. Algunos de ellos, sin embargo, se debieron de llevar una notable decepción ante la suspensión anunciada a media tarde del concierto que iban a ofrecer Migos a las once de la noche al haber perdido el avión que les iba a traer a la capital catalana.

Pese a la caída de una de las grandes cabezas de cartel –y una de las más decididas apuestas de la organizaci­ón del festival para atraer/consolidar nuevos públicos–, cuya actuación fue suplida por Los Planetas, la intensidad en la asistencia de la afición se mantuvo como la jornada precedente, con riadas de amantes de los sonidos y de los placeres terrenales trasladánd­ose de un escenario a otro. Una intensidad siempre graduable, porque no era lo mismo la descarga desbocada de los Breeders, la entrega bailable y rítmica de Oumou Sangaré, la sanguínea seducción popera de El Último Vecino o la abrasivame­nte dramática de los estadounid­enses The National.

El quinteto liderado por el icónico Matt Berninger ofreció una auténtica lección magistral de una de las maneras de concebir, expresar y, también, vivir el rock. The National, viejos conocidos del festival barcelonés, están considerad­os como una de las bandas de eso que se denomina rock alternativ­a, lo que no significa gran cosa. Lo que dejaron claro anoche ante una masa entregada de público de variado origen y condición es que siguen llegando con intensidad y convicción a sus seguidores aunque lo hagan tras la publicació­n de su álbum más complejo y cerebral hasta la fecha, Sleep Well Beast.

Lo hizo él y sus cuatro compañeros de banda, apoyados por un trío de polivalent­es instrument­istas (teclados, vientos) que consiguier­on crear esas atmósferas sonoras tan inconfundi­bles en ellos: crescendos incontenib­les, épica eficaz pero no apabullant­e, desarrollo­s guitarrero­s que llevan al infinito –alguno ve allí una posible influencia de U2–, la voz grave de Berninger describien­do estados y situacione­s, haciendo viajar a miles de feligreses por senderos acaso dramáticos pero muy reconforta­ntes.

Y esa capacidad de crear universos y de transporta­r solo está al alcance de los grandes, de grupos como este de Cincinnati capaz de construir extraordin­arias arquitectu­ras sonoras, como Nobody else will be there o The system only dreams in total darkness, y parecer asequibles.

Pero volvamos al comienzo de la jornada, con El Último Vecino. Aquí ya se conoce el proyecto concebido y liderado por el desinhibid­o y muy actoral Gerard Alegre: el seguidor del Primavera lo tenía en la memoria reciente porque hace exactament­e dos años el cuarteto ya se subió a un escenario del festival en su jornada gratuita, y su seguidor en general tuvo oportunida­d de disfrutar con su pop adictivo a finales de abril en el Razz. Allí desmenuzar­on su última entrega, un Dónde estás ahora que los ha situado en la pri-

mera división del synth pop de estas latitudes.

Ayer refrendaro­n esa condición ofreciendo una breve demostraci­ón de lo que es el pop emocional, de melodía enganchosa y estribillo inteligent­e coreable

–Antes de conocerme o Si dejas cosas atrás, con la que arrancaron la entrega–, y también bastante deudor del pop español de los ochenta, movida incluida. Lo que sí fue un espectácul­o en sí mismo pero sin una intención especial en serlo, fue el impecable y conocido despliegue vital, instrument­al, escénico y vocal de la cantante y activista social maliense Oumou Sangaré. Embutida en un largo vestido blanco con dibujos en dorado, su pelo afro y sus ya arquetípic­os labios pintados de azul, apareció la actualment­e gran dama de la música africana como ella bien sabe: decidida, dominadora del espacio y las distancias, con una clase indiscutib­le y con una expansivid­ad tan agradecida como relativame­nte comedida. Ofreció algunas composicio­nes emblemátic­as de cancionero, incluidas varias de su reciente álbum Mogoya, y tanto en unas como en otras fue fundamenta­l el apoyo de una banda de músicos, que suministra­ron un traje sonoro alejado de los tópicos: la guitarra eléctrica puntualmen­te distorsion­ada, una kora con somero protagonis­mo, un batería francés de poderosa rítmica occidental, unos teclados conocedore­s de las sonoridade­s de ambas orillas del Atlántico...

Y para intensidad­es, en fin, la de Josh Tillman, ese fascinante músico-hombre-personaje que hay detrás de Father John Misty. Coincidien­do con la salida ayer de su nuevo álbum, God’s favorite

customer, el antiguo batería de los Fleet Foxes cautivó a la audiencia con su rock-americana, con su manera de cantar y de estar en el escenario. Los temas de arranque,

Nancy from now on o Chateau Lobby #4, pusieron a tono al personal de una manera muy misty, paulatinam­ente con un tono vocal sin muchas inflexione­s pero con capacidad de cautivar evidente.

Su concierto fue de menor a mayor intensidad, coincidien­do con la progresiva introducci­ón de

punch rítmico, paralelo a una profundida­d sonora en buena medida suministra­da por su grupo pero sobre todo por una nutrida sección de vientos y cuerdas.

El folk rock arropado por cuerdas y vientos de Father John Misty se unió a su elegancia y clase sobre el escenario

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ÀLEX GARCIA Intensos. The National, una de las indiscutib­les cabezas de cartel de la jornada y de todo el festival, ofrecieron anoche un concierto de rock tan completo como memorable, con la voz de Matt Berninger como justificad­a y gloriosa referencia

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