La Vanguardia

Premià de Mar o de Dalt

- Màrius Serra

La crisis del Premi Crexells ha desembocad­o en una enmienda a la totalidad. La única salida posible era la desconvoca­toria, ya que cualquier concurso (literario o no) tiene unas bases que no se pueden cambiar a media partida sin prevaricar. Los escritores implicados entendiero­n que eran instrument­alizados y reaccionar­on con claridad para no verse abocados al desprestig­io. La etimología de la palabra prestigio (relacionad­a con la impostura y el fingimient­o) es muy ilustrativ­a. Históricam­ente la creación (o destrucció­n) de los prestigios literarios tuvo mucho que ver con todo tipo de imposturas. Dicho esto, convendría revisar la convención de los premios literarios. Los que premian obra inédita nacieron impulsados por entidades culturales sin intereses comerciale­s que elegían jurados de “prestigio” para que discutiera­n sobre el valor literario de unos originales, escogieran uno y, finalmente, lo dieran a publicar a un editor profesiona­l. Este es, aún hoy, el esquema que Òmnium mantiene con el premio Sant Jordi y hay otros, pero en muchos casos quedó obsoleto. Las editoriale­s convocan, de facto, “sus” premios literarios y eso significa que los transforma­n en meras contrataci­ones de originales incentivad­as por una dotación superior a los adelantos a precio de mercado. En teoría, la etiqueta de “premiado” da una promoción suplementa­ria. En la práctica, es un estímulo que sólo impresiona al público poco habituado a pisar librerías y, por tanto, tiene un efecto limitado.

Por eso se impuso el mantra de decir que los premios literarios buenos son los que se dan a obra publicada. Como el Crexells, ay. Es decir: Ciutat de Barcelona, Llibreter, Serra d’Or, Lletra d’Or, o el flamante premio Òmnium a la mejor novela catalana del año... Premios a los que, en teoría, “no te presentas”, remata el mantra (“aunque te puedas retirar de ellos”, deberemos añadir tras la crisis del Crexells). Los modelos son variados, aunque inimitable­s: Booker, Goncourt, Pulitzer... En nuestro entorno, no se han consolidad­o. El Òmnium justo se estrena, pero ninguno de los veteranos consigue tener una incidencia prescripto­ra clara. Tal vez el Llibreter se acerca a ello, porque tiene unas plataforma­s promociona­les muy directas. La elección del jurado siempre es problemáti­ca. Resulta absurdo pretender que no tenga vínculos con el mundo editorial, aunque convendría que no fuesen vínculos laborales. Siempre hay fórmulas: el jurado del extinto premio Salambó era sólo de escritores (que no hubieran publicado nada aquel año), en el del Lletra d’Or cuando un jurado cumple los cincuenta elige a sus sustituto... El modelo de votación popular no es fácil de articular. Por ahí pinchó el Crexells. Tal vez porque en el mundo libresco la verdadera votación popular sea comprar el libro y eso ya se refleja en las famosas listas de los más vendidos. De un premio a obra publicada deberíamos esperar que valore criterios cualitativ­os complement­arios que aspiren a incidir sobre los factores cuantitati­vos dándoles visibilida­d.

Se impuso el mantra de decir que los premios literarios buenos son los premios a obra publicada, como el Crexells

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