La Vanguardia

El túnel del ego

- David Carabén

Cuando aprendes a conducir un coche, te das cuenta de que no sólo consiste en ponerse tras el volante y hacerlo ir arriba y abajo muy rápidament­e. Como por arte de magia, desarrolla­s la sensación de que tu propio cuerpo se ha expandido hasta identifica­rse con los confines del vehículo. Si no fuera así, seríamos incapaces de aparcarlo entre otros coches o de hacerlo pasar por según qué estrechece­s, sin chocar cada dos por tres con los límites de la vía. Quien sabe conducir, también sabe que podría pilotar vehículos de cualquier tamaño, pero que necesitarí­a un rato para ajustar esta sensación del cuerpo en las nuevas dimensione­s.

Se ve que esta capacidad de la mente humana es la misma que hace que, a veces, los mutilados noten picor y se afanen por rascarse la extremidad que les falta. Todavía más, hace poco leí que también es esta capacidad la que genera la sensación, según dicen artificial, de tener una identidad individual, de ser un “yo”. El filósofo alemán Thomas Metzinger ha dedicado a esto buena parte de su obra y habla de ello en libros como Being No One o The Ego Tunnel.

Un entrenador, y en realidad cualquier persona que trabaje en equipo, aspira a desarrolla­r esta misma identifica­ción con el grupo. No necesariam­ente y sólo a fin de que le sigan las instruccio­nes, sino para conseguir que al menos todo el mundo vaya al mismo paso. En las siempre injustamen­te menospreci­adas ruedas de prensa de despedida de los entrenador­es –que si el mundo fuera justo, tendrían que constituir­se en un género televisivo aparte y ser estudiadas en la universida­d como una asignatura más de la carrera de Humanidade­s–, si se aguza el oído y se escucha atentament­e, se puede oír el canto, a veces triste, a veces tragicómic­o,

Las estrellas quizás lucen más en Europa; pero son los equipos más fuertes los que se llevan las ligas nacionales

pero siempre edificante, del fracaso de este anhelo tan humano.

“No creo que este equipo pueda seguir ganando conmigo”, dijo Zidane al despedirse de la afición blanca. Pero también, obviando de manera sonora las tres Champions, que su mejor momento como máximo responsabl­e del vestuario fue cuando ganaron la Liga. ¿Lo peor? Caer en la Copa contra el Leganés. Parece que los dos momentos coincidan, primero, con el álgido y, segundo, con el más bajo de aquella sensación de control sobre la plantilla. Y que en la reivindica­ción del campeonato de Liga por encima de la Liga de Campeones haya un reconocimi­ento explícito del valor superior que tiene el torneo de la regularida­d cuando se trata de determinar quién tiene el equipo más sólido. Las estrellas quizás lucen más en Europa. Pero son los equipos más fuertes los que se llevan las ligas nacionales. En Kíev, Bale y Cristiano dieron señales de que alguna cosa vacilaba. Quién sabe, pero a mí se me hace difícil imaginarme a Zidane sintiendo todavía el picor.

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