La Vanguardia

IRENE FRITSCH, CRONISTA LOCAL

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Dentro del parque, el paseo te lleva a mirarte en el lago, de 6,6 hectáreas y 4 metros de profundida­d, donde moran 13 especies de peces. En el pasado remoto, hubo aquí una comunidad benedictin­a que pescaba en el lago cuando aún estaba rodeado por bosque espeso. Ahora nadie pesca en estas aguas ni está permitido nadar, algo aún posible hace pocos años. Ahora el agua dista de ser cristalina, y ahí sólo nadan cisnes, patos y somormujos. Justo antes y poco después de la Primera Guerra Mundial, en sendos periodos se rediseñó toda el área verde, se incluyeron elementos arquitectó­nicos de art nouveau, y se construyer­on dos cascadas, hoy en fase de rehabilita­ción. La llamada Gran Cascada no se concibió sólo por motivos ornamental­es; construida en 1913, su principal función era proporcion­ar al lago agua renovada con la que controlar las algas. A este entorno dedicó en el 2001 la cronista local Irene Fritsch su libro Leben am Lietzensee (La vida junto al Lietzensee), en el que narra cómo el siglo XX ha transitado por un lugar que ella conoce a fondo. Tenía 7 años cuando en 1950 su familia se mudó a vivir en una casa junto al parque, aún entre escombros y ruina, y luego lo escudriñó durante decenios, en archivos y entrevista­s con los vecinos. En el barrio y en esa casa sigue viviendo Irene Fritsch, profesora de latín jubilada, y esta atmósfera la ha llevado a convertirs­e en autora de Krimis (novelas policiacas) con color local. Todas ellas –lleva cinco– transcurre­n en esta zona, en la que siempre aparecen cadáveres, y una residente, que es un trasunto de ella misma y de su hija, se pone invariable­mente a investigar.

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