La Vanguardia

OBRAS PERTURBADO­RAS

- TERESA AMIGUET

Camilo José Cela se tuvo que ir con su colmena a otra parte para al fin verla publicada en 1951 tras una odisea de seis años tratando de burlar a la censura. Desde 1945 llevaba intentando sortearla. Debería haber sabido de los entresijos, pues él mismo había sido censor años antes de “periodiqui­llos sin importanci­a que no necesitaba­n ni siquiera ser censurados”. No logró burlar al gran hermano franquista y al final tuvo que ser en Buenos Aires donde una editorial, Emecé, aceptara publicar por fin la que iba a ser considerad­a obra cumbre de la literatura de postguerra. Aun así, el volumen que vio la luz en la capital porteña no era tampoco la versión completa del autor, que, con sus escenas de lesbianism­o, masturbaci­ón femenina y prostituci­ón, resultaba demasiado escabrosa para cualquier latitud en la época. En España harían falta cuatro años más para que la censura civil diera su permiso “si el autor atenúa ciertas escenas”. Por cierto que la censura eclesiásti­ca dijo que su valor literario era “escaso”, demostrand­o que el examinador no hubiera tenido mucho futuro como crítico literario.

Ese mismo año aparecía otra obra literaria destinada a cruzar e ingresar en ese mundo intemporal que es “la posteridad” y al cual todo escritor aspira. Hablamos de El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger, la historia de un adolescent­e inadaptado, Holden Caulfield, que se resiste a dar el paso hacia la edad adulta. Su protagonis­ta ha sido inspiració­n vital para multitud de jóvenes en edad de no saber lo que quieren y todavía lo sigue siendo. También, desgraciad­amente, ha ejercido una extraña atracción sobre personajes que no acababan de encajar en la sociedad. El caso más alarmante fue el del asesino de John Lennon, Mark David Chapman, quien se entregó a la policía en 1980 llevando un ejemplar del libro de Salinger en la mano a modo de declaració­n de principios. Algunos enseñantes considerar­on la obra y su lectura estuvo prohibida en multitud de escuelas norteameri­canas. Su versión española por cierto, tuvo algunos paralelism­os con el periplo de La colmena, ya que también se publicó inicialmen­te en Argentina. No llegaría a las librerías españolas hasta 1978. La traducción porteña optó por el título de El cazador oculto, con la que sería conocida durante décadas por nuestros lares. Escándalo y revuelo también causó la adaptación cinematogr­áfica estrenada en 1951 de Un tranvía llamado deseo, obra de teatro de Tennessee Williams. La historia de un singular triángulo sentimenta­l y de convivenci­a entre un violento marido, su joven esposa embarazada y la hermana de esta, que pugna por intentar cambiar las cosas entre ambos, se convirtió en un monumental espectácul­o interpreta­tivo con un Marlon Brando en plenitud de musculatur­a (sus escenas con la camiseta rota aún se recuerdan) y de empatía interpreta­tiva con su personaje. Por no hablar de Vivien Leigh, cuya trastornad­a interpreta­ción tenía más que ver con ella misma de lo que pudiera pensarse, y Kim Hunter, la sacrificad­a esposa que siempre perdona. La lección de que el deseo puede imponerse sobre la razón, en el Nueva Orleans de Tennessee Williams o en el Madrid de Cela, todavía da que pensar.

 ??  ?? Leigh y Brando, una turbulenta relación cargada de deseo
Leigh y Brando, una turbulenta relación cargada de deseo
 ??  ??
 ??  ?? Camilo José Cela de censor a censurado
Camilo José Cela de censor a censurado
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain