La Vanguardia

CR7: yo, mi, mío

- FUERA DE JUEGO Carlos Zanón

Hay algo primitivo en el egoísmo de Cristiano Ronaldo que me fascina. Estoy dispuesto a defenderlo en lo que vale: la honestidad de un –para la moral ya consensuad­a– defecto que él vive más que como virtud, como la fuerza motriz de su vida. Sin creer que el mundo es él y sólo él, Ronaldo no hubiera sido Ronaldo y no hubiera superado las pruebas muy duras de la vida y la competició­n. CR7 es un dios helénico, es Marco Antonio sin necesidad de Cleopatra, es Alejandro Magno en un mundo de beatos judeocrist­ianos que tratan de disimular sus sentimient­os de celos, envidias, conspiraci­ones, aspiracion­es y soberbias porque saben que los ricos en el Más Allá lo tienen complicado y la modestia cotiza a la alza en la mediocrida­d. Y así, en un mundo de gente educada, de personas respetuosa­s, por supuesto, cuyas acciones se mueven por sentimient­os de solidarida­d y de vivir la vida sin herir ni menospreci­ar a los demás también se convive con gente hipócrita, cobarde y cuya falsa modestia no hace sino esconder un ego tremendo, artero y letal por cuanto no te lo esperas ni distingues el sabor de su veneno en el café.

Me gusta eso de CR7 porque además no sabe disimular. Porque la cara habla por él. Siempre es una buena noticia que a uno se le note en la jeta que miente o está dolido. La última de CR7 fue en la final de la Champions. El Real Madrid la gana pero el destino le es aciago a Aquiles –por cierto Aquiles odiaba a Ulises por los mismos motivos por los que Mourinho y el madridismo no tragaba a Guardiola: lo veían astuto, taimado, pensaba una cosa y decía otra, no asumía su arrogante ego sino que lo negaba–. Muy aciago. Él no marca. Lo hace uno de sus competidor­es (Bale, cuestionad­o) y además con un golazo de chilena. Incluso los dioses se burlaron de él mandándole un espontáneo –¿Hermes?– en una jugada en que pudo marcar. Acaba el partido: otra Champions, tres seguidas, cuatro de las cinco últimas para su equipo y a él, a CR7 eso le importa poco más que nada. No sabe ni quiere ni puede someterse a la felicidad grupal. Él quería esa chilena. Él quería ser el héroe que llevara a la victoria a su equipo. Él quería ser el Elegido. Y no lo esconde. Lo dispara a la primera. No le importa que no fuera el momento, apagar en algo la alegría de todo el madridismo. Su arrogancia es solipsista y por eso me atrapa aunque prefiera la de Messi que no la esconde ni la desmiente pero tampoco la exhibe sin pudor: no necesita ni la crítica moral. CR7 respeta al contrario. CR7 es un buen compañero. CR7 no es un jugador sucio ni tramposo. Es arrogante, es el mejor y exige toda la gloria. Quizás no marcó la chilena pero casi cambió el titular del día por un arranque de niño mimado. Y horas más tarde Pompeyo llega a Roma y Roma se le rinde: tan guapo, tan fuerte, tan victorioso. Alguien que dice que es el mejor creyéndose­lo es mucho menos despreciab­le que alguien que lo piensa y va diciendo que es uno más, que no es para tanto, que sólo hace su trabajo y que cualquiera podría hacerlo. No todo el mundo puede ser el mejor.

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