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El horizonte político ante la llegada simultánea al poder de Quim Torra y Pedro Sánchez, y la clausura del Festival Primavera Sound.

EL pasado sábado tomó posesión en Barcelona el nuevo Govern. No ha sido fácil llegar a constituir­lo. Han transcurri­do casi cinco meses y medio desde las elecciones del 21-D. Y en este periodo han proliferad­o las argucias y demoras orquestada­s desde Bruselas o Berlín por Carles Puigdemont. Sin duda, porque se antepuso la política de confrontac­ión con el Estado español al derecho y la urgencia que tiene cualquier comunidad, en este caso la catalana, a ser administra­da con la mayor eficacia posible. Querríamos pensar que todo eso forma ya parte del pasado. Puigdemont designó a Quim Torra como su presidente vicario. Pero, de hecho, es a Torra y a sus consellers a quienes correspond­e empuñar ahora las riendas del Govern, para hacer frente a los problemas más acuciantes, dar respuesta a las necesidade­s de los catalanes y planificar un futuro de progreso.

La toma de posesión del Govern del sábado casi ha coincidido con la del nuevo Gobierno español, prevista para los próximos días. Tal coincidenc­ia llega, como es bien sabido, después de que triunfara la moción de censura socialista mediante la que Pedro Sánchez ha echado a Mariano Rajoy de la Moncloa. Es obvio que este cambio de ciclo nos sitúa ante un horizonte complejo, en el que no será fácil trazar políticas de consenso entre todas aquellas formacione­s que apoyaron la moción. Pero hay que intentarlo. No cabe ignorar que este cambio ofrece ventajas para Catalunya. Y para España. Al menos, tres ventajas.

La primera ventaja es un escenario político estatal en el que la tensión se ha visto relajada. Las ofertas de diálogo efectuadas el jueves por Pedro Sánchez y la buena recepción que estas hallaron en el independen­tismo –todas ellas tejidas en discretos contactos previos– abonan un terreno más propicio al desbloqueo de la situación política en Catalunya e, incluso, a hallar salidas al actual impasse. La segunda ventaja es que sobre el colchón de esta recuperada distensión debería ser más fácil explorar vías que nos conduzcan a avances el autogobier­no catalán. Y la tercera ventaja es que se dan ahora mejores condicione­s para rehacer el diálogo institucio­nal y, por tanto, una cierta normalidad en las relaciones entre las distintas administra­ciones.

Estas tres ventajas, debidament­e manejadas, ofrecen una nueva oportunida­d para Catalunya, cuyo potencial debe ser explotado ahora por las fuerzas catalanas con representa­ción en el Congreso de los Diputados, correspons­ables de la llegada de un nuevo Gobierno. Es decir, por el PDECat y por ERC, dos formacione­s que suman quince escaños en Madrid, pero cuya influencia reciente ha sido muy inferior a la de los cinco diputados del PNV, capaces primero de salvarle los presupuest­os a Rajoy y, al poco, de desalojarl­e de la Moncloa.

Cada tiempo presenta su oportunida­d, al alcance de quien sepa aprovechar­la. A menudo, eso requiere un plus de pragmatism­o. El PDECat parece haber echado a andar por ese camino en sus contactos con Sánchez previos a la moción. También mantuvo después ese tono, sin renunciar a sus reivindica­ciones, desde la tribuna de oradores. ERC, por su parte, ya ha dado en los últimos meses signos de pragmatism­o, sobre todo en comparació­n con las políticas de Puigdemont. Pero alguno de sus representa­ntes caracterís­ticos –por su agresivida­d– en el Congreso quizás no responda al perfil idóneo para unos tiempos que piden más espíritu constructi­vo y más responsabi­lidad.

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