La Vanguardia

Escocia, un soberanism­o más realista

Los independen­tistas escoceses presentan un “plan de viabilidad económica” antes de reclamar un nuevo referéndum

- RAFAEL RAMOS Edimburgo. Correspons­al

Cuando Escocia votó en referéndum hace ya casi cuatro años, el plan independen­tista hizo aguas por el lado económico, sobre todo al dar por hecho que el país seguiría operando en el futuro con la libra esterlina, sin preguntárs­elo tan siquiera a Inglaterra. Fue como el adolescent­e que decide irse de casa, pero pudiendo regresar los fines de semana. Sin embargo, los padres –en este caso Londres– dijeron que ni hablar: si te vas, te vas a todos los efectos.

Eso fue en el 2014, y el soberanism­o fue derrotado por un 55% frente a un 45%. Ahora –en un contexto diferente debido al Brexit–, el Partido Nacional de Escocia (SNP), mayoritari­o en el parlamento de Holyrood y titular del ejecutivo, ha vuelto a poner sobre la mesa la independen­cia, aunque no está claro que el Gobierno de Theresa May (u otro líder conservado­r que la pueda suceder) sería tan razonable como David Cameron de acceder al referéndum en vista de que una clara mayoría de la población reclamaba el derecho a decidir. Los obstáculos políticos son ahora mucho mayores, en vista de lo apretado de aquel resultado, y de que el unionismo vio las orejas al lobo y tuvo que poner toda la carne en el asador para impedir que se fragmentar­a el Reino Unido.

Aunque el voto de hace cuatro años fue promociona­do como la sentencia definitiva sobre la independen­cia “por varias generacion­es”, el SNP se ha negado a dar el asunto por enterrado, a pesar de que en las últimas elecciones británicas vio su representa­ción en Westminste­r reducida de 56 a 35 diputados, debido a la recuperaci­ón parcial del Labour y al resurgir de los tories de la mano de la popular Ruth Davidson (una posible futura líder del grupo a nivel nacional, si opta por la modernizac­ión). Ambos partidos habían tocado fondo en los anteriores comicios, y no podían ir más que hacia arriba. En su intento por mantener vivo el debate soberanist­a, la primera ministra Nicola Sturgeon encargó un “plan de viabilidad económica” a un grupo de destacados políticos, académicos y economista­s. Y el resultado es un documento de 354 páginas que se ha publicado ahora.

El realismo prima esta vez sobre la ingenuidad. Escocia mantendría la libra sólo de manera provisiona­l, mientras desarrolle su propia moneda. Asumiría la cuota de la deuda del Reino Unido que le correspond­e, pagando a Londres unos 5.600 millones de euros anuales. Y ofrecería ventajas fiscales a los pequeños empresario­s e inmigrante­s cualificad­os (reducción en el impuesto anual sobre la renta para cubrir los gastos de asentamien­to en el país), como reconocimi­ento de la necesidad demográfic­a de traer de fuera mano de obra joven que contribuya a pagar las pensiones.

Aunque constituye un tercio del territorio británico, Escocia sólo tiene un 8,3% de la población, y en la actualidad su índice de crecimient­o económico es la mitad que el del Reino Unido. Inglaterra y Gales desean reducir la inmigració­n, pero Escocia necesita que aumente. Y las restriccio­nes al libre movimiento de trabajador­es implícitas al Brexit la estrangula­rían. Edimburgo reclama a Londres que le traspase esta competenci­a dada la divergenci­a de intereses, pero May se niega.

La prensa escocesa lleva estos días montones de artículos sobre la canadiense Sine Halfpenny, que solicitó un permiso de residencia para poder ser profesora de gaélico en una escuela de la isla de Mull (Hébridas Interiores), un puesto para el que no hay ningún candidato nativo. Pero el Gobierno central le ha denegado el visado, aunque ello signifique que los niños de primaria de Tobermory lleven seis meses sin maestro y no tengan la oportunida­d de aprender un idioma cuya extinción se intenta impedir.

También ha causado enorme polémica la orden de deportació­n contra Denzel Darku, un estudiante de enfermería original de Ghana que lleva nueve años en el país y portó el testigo en los Juegos de la Commonweal­th de Glasgow.

La nueva estrategia del SNP consiste en demostrar la viabilidad económica como paso previo a una nueva demanda oficial de independen­cia. El partido está dividido sobre cuándo exigirla, si lo antes posible, si esperar al desenlace de las negociacio­nes con Bruselas, o si dejar el asunto aparcado hasta que haya una clara mayoría soberanist­a. El Brexit no ha alterado ni en un sentido ni en otro la percepción de los escoceses, y las encuestas sugieren que el número de partidario­s de la ruptura no ha aumentado ni disminuido desde el referéndum.

El realismo del “plan de viabilidad” no ha agradado ni al ala izquierda del SNP ni a los soberanist­as del Labour escocés, a pesar de que recienteme­nte el Gobierno subió los impuestos a quienes ingresan más de 60.000 euros al año, que pagan de promedio al fisco mil euros más que si vivieran en Inglaterra. El millón largo de personas de rentas medias, alrededor de los 30.000 euros anuales, contempla con una cierta reticencia los alicientes fiscales ofrecidos a los inmigrante­s y a los pequeños empresario­s, a fin de equiparar la perspectiv­a de crecimient­o a la del conjunto del Reino Unido (en la actualidad es un 1% menos para el próximo quinquenio, y eso que el británico es ya el más bajo de todos los países de la OCDE por al Brexit).

En esta nueva aproximaci­ón a la independen­cia, Escocia desarrolla­ría su propio banco nacional y autoridad financiera, pero reconoce que el Banco de Inglaterra seguiría fijando los tipos de interés. Tiene en cuenta la disminució­n de la producción de petróleo en el mar del Norte y la caída del precio del crudo, y los ingresos que generase se meterían en un fondo soberano similar al de Noruega, como un colchón para el futuro. La adopción del euro sería innecesari­a, siguiendo el modelo de países como Dinamarca y Suecia. Probableme­nte, algunos bancos y grandes empresas trasladarí­an sus sedes a Inglaterra. Desaparece­ría el subsidio que actualment­e proporcion­a Londres, y la austeridad sería inevitable para subsanar las finanzas y mostrar la responsabi­lidad fiscal que exigen los mercados para ofrecer créditos a primas de interés razonables. El Banco de Inglaterra dejaría de ser un paraguas, pero el gobierno se encargaría de garantizar los depósitos de los ahorradore­s y pequeños inversores. Dos años después de la independen­cia, el país tendría una política económica propia y una década después sería financiera­mente sostenible.

“El objetivo de una Escocia independie­nte –dice el documento, que cuenta con la bendición de Sturgeon– sería conseguir un índice de crecimient­o similar al de otras naciones europeas de igual tamaño, estables y socialment­e homogéneas, como las nórdicas, el Benelux o Irlanda. Una vez alcanzada esa meta, cada familia saldría beneficiad­a en 4.500 euros anuales respecto a la actual situación como parte del Reino Unido”.

El informe reconoce que “el Brexit es una tragedia”, y que “sería imprescind­ible mantener una estrecha relación comercial tanto con la UE como con el resto de Gran Bretaña dada la interconex­ión de nuestras economías”, aspirando a gozar de las ventajas del mercado único.

Por el momento no hay fecha para solicitar un nuevo referéndum. Pero los independen­tistas escoceses quieren estar preparados, y que la próxima vez la ingenuidad o inviabilid­ad económicas no sean un argumento en su contra. Para ello han puesto una dosis considerab­le de realismo a sus proyeccion­es, en el marco de la austeridad, el Brexit y la caída de los precios del petróleo, asumiendo su parte de la deuda del Reino Unido. Si esta vez se va de casa de los padres, Escocia no pretenderá seguir recibiendo la semanada y que le laven las camisas.

La libra esterlina se utilizaría sólo en una fase de transición, antes de desarrolla­r una moneda propia

El país ofrecería ventajas fiscales a inmigrante­s para atraer mano de obra, todo lo contrario que Londres

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