La Vanguardia

Los biberones de la Pouponnièr­e

- ENRIQUE FIGUEREDO Dakar. Enviado especial

Al entrar en los dormitorio­s, se nota que todo lo inunda una polifonía arrítmica, a veces sincopada. El llanto múltiple compone una base acústica para la que el oído humano alcanza muy pronto buenos niveles de tolerancia. Son 78 bebés los que alberga el centro de acogida de niños de Dakar, más conocido como la Pouponnièr­e. “Cuando no lloran casi me preocupa más que cuando lo hacen”, explica la hermana Justina de Miguel, directora de la Pouponnièr­e desde 1996.

El centro de acogida de niños de Dakar es un lugar donde se salvan vidas gracias a la cooperació­n exterior y a una insuficien­te subvención del gobierno senegalés. Sor Justina, como la llama todo el mundo allí, se mueve por las instalacio­nes con inusual ligereza pese a sus 81 años. Reconoce a todos los pequeños. Los atiende por su nombre. Sabe de todas sus circunstan­cias. “Nos han llegado dos pares de gemelos cuyas madres han fallecido durante el parto”, comenta la hermana franciscan­a misionera sobre la marcha. El 80% de los niños que llegan a la Pouponnièr­e son huérfanos de madre, un 10% son bebés abandonado­s y el otro 10% de acogidas se debe a causas de tipo social como una madre muy enferma o un origen de extrema pobreza. “Los niños nos llegan recién nacidos y con muy poco peso”, relata sor Justina. El centro acoge actualment­e a 78 bebés, aunque tiene una capacidad máxima de 90.

Los niños acogidos van de cero a un año, aunque a veces hay excepcione­s. Víctor llegó recién nacido. Ahora tiene dos años. Procede de Senegal, pero su madre es de Mauritania. “Tenemos con él problemas de papeles, por eso sigue aquí”, perfila esta monja natural de la provincia de Zaragoza pero criada en Madrid, que lleva desde el año 1973 dando vueltas por África como comadrona y enfermera.

“La mortalidad materna en Senegal sigue siendo muy alta. Es algo que me preocupa muchísimo y en lo que noto que no se han producido avances, a diferencia, por ejemplo, de ciertas infraestru­cturas de comunicaci­ones, como algunas carreteras, que sí han mejorado”, relata la directora de la Pouponnièr­e. Y es que el sistema sanitario es íntegramen­te de pago, incluso los ambulatori­os y hospitales públicos. Por suerte, dice la hermana franciscan­a, el centro tiene un buen acuerdo con el hospital militar. Allí llevan a los pequeños con problemas más graves.

Los niños proceden de zonas muy remotas. “Últimament­e, están llegando muchos niños de áreas fronteriza­s con Mali”, relata sor Justina. Esas decenas de bebés que no dejan de llegar son los que 11 monitoras y varias voluntaria­s discontinu­as cuidan a diario y dan de comer.

El horario de los biberones para 78 hambriento­s cachorros de ser humano supone un desafío organizati­vo. Desde hace décadas, tan esencial mecánica de superviven­cia se encomienda a un sistema que no ha fallado nunca. Los niños tienen un número que se correspond­e con el de los biberones y cuya relación consta en una enorme pizarra blanca situada cerca de las neveras donde se conservan preparados los recipiente­s con tetina.

Las 11 monitoras proceden de un hogar para chicas situado en el mismo recinto que la Pouponnièr­e, pero que dirige otra religiosa, una monja de origen polaco. “Ellas también proceden de lugares muy remotos. Cuando llegan, hay muchas de ellas que no saben hablar francés. Aquí les enseñamos, entre otras materias –les encanta la informátic­a–, a leer y escribir para que puedan insertarse en el mundo laboral”, concluye sor Justina.

Siempre que es posible, los pequeños son devueltos a sus familias para que el padre, unos tíos o incluso sus abuelos se hagan cargo de ellos. Se les asegura un año más de leche que la familia va pasando a recoger por el centro. Ello y la fiesta anual del árbol de Navidad permite a los responsabl­es del centro hacer un seguimient­o no invasivo de los avances de los niños.

La directora, que espera en breve una sustituta para ella, se despide diciendo que ahora les haría falta algo de cereales para los niños, aunque las donaciones dinerarias son muy bien acogidas para poder pagar a las once monitoras (algunas con más de 10 años en la casa) que acarrean, miman y asean un día tras otro a los chiquillos. que perdonan sus biberón.

Una monja española dirige desde 1996 en Dakar un centro de acogida de bebés de cero

a un año

La residencia reúne hoy a 78 niños, a los que a la mayoría se les ha muerto la madre tras el parto

 ?? ENRIQUE FIGUEREDO ?? Hora de comer. Sor Justina y unas monitoras atienden a los niños a la hora de biberón, que se guardan con su número en la nevera (foto abajo)
ENRIQUE FIGUEREDO Hora de comer. Sor Justina y unas monitoras atienden a los niños a la hora de biberón, que se guardan con su número en la nevera (foto abajo)
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