Apoteosis primaveral
EL concepto de apoteosis, que procede del griego y que significa “deificación”, pero que la costumbre situaría en “estar cerca del cielo”, se utiliza en la música para enaltecer al máximo el sentimiento que provoca el arte del sonido. Una virtud que sólo está al alcance de los más grandes y de la que han echado mano desde los primeros barrocos hasta los compositores de hoy, pasando por los románticos, los sinfónicos, los operísticos y los más populares, incluidos, por supuesto, el rock y sus derivaciones. Aunque lo apoteósico se concentró en un principio en los fragmentos finales, la experiencia acabó por mostrar esos momentos tan especiales durante toda la obra. Una práctica que, como es lógico, también los organizadores de festivales utilizan para lograr la fidelidad del público y poder crecer año tras año en calidad y cantidad.
El XVIII Festival Primavera Sound de Barcelona se clausuró ayer de forma claramente apoteósica, cerca del cielo. No sólo porque haya batido su récord de asistencia (más de 215.000 entradas vendidas, el 60% extranjeros de 126 nacionalidades), sino porque los organizadores han logrado mantener el interés creciente, jornada tras jornada, con un nivel de calidad rayano en lo sublime en algunos momentos. Desde el rock indie del australiano Nick Cave hasta el momento extraordinario protagonizado por Jane Birkin en homenaje al que fue su pareja, Serge Gainsbourg, y el cincuentenario de su celebérrimo Je t’aime... moi non plus, pasando por la consolidación musical de la neozelandesa Lorde como representante del pop del XXI. Sin olvidar la maliense Oumou Sangaré, que hizo bailar a todos, o la relativa decepción de los británicos Arctic Monkeys, al haber transformado su interesante indie en un rock más clásico. O incluso grupos de este país como La Banda Trapera del Río o Los Planetas, grupo granadino rescatado por la baja de los estadounidenses Migos a causa de la pérdida de su vuelo.
Claro que lo apoteósico tiene sus riesgos, como el de tocar techo, lo que puede conducir al fenómeno de morir de éxito. Y este es el temor de los organizadores del Primavera Sound –que, por cierto, a última hora del sábado repartieron caretas de Puigdemont en una sorprendente iniciativa–. El recinto del Fòrum se ha hecho claramente insuficiente para albergar a tantos visitantes –60.000 diarios–. Y si es necesario crecer, habrá que ir pensando dónde y cómo hacerlo. Este es ahora el principal reto de un festival que ha convertido Barcelona en capital mundial de la música contemporánea de calidad.