Yago en el ala oeste
Othello Dirección: Oriol Tarrasón Intérpretes: Annabel Castan, Òscar Intente y Arnau Puig Lugar y fecha: La Seca Espai Brossa (31/V/2018).
En todo clásico hay algo eterno. Un secreto conocimiento explotado sin límite por la modernidad con la excusa de reforzar la conexión con el público. Un experto, Oriol Tarrasón. Al frente de Les Antonietes siempre ha elegido autores trascendentales en la historia del teatro. Los reduce al mínimo necesario para que el espectador se quede sólo con lo que importa.
Con Othello esa esencialidad –con una estética próxima a Cheek by Jowl– se pone al servicio de una triple lectura repartida entre los tres personajes que se mantienen en esta adaptación: Yago, Otelo y Desdémona. En un juego de relevos, cada uno ocupa la centralidad de un fragmento de la puesta en escena. La de Desdémona –Annabel Castan sin artificios de damisela en apuros, segura hasta la estupefacción en su violento desenlace, sin pedir perdón por su asesino esposo– es un ejercicio sin el auxilio de Shakespeare. Así se entiende la actitud de la actriz y el regalo de toda una escena de espera, preparando el escenario del crimen como una coreografía mortuoria.
Inteligente también es no optar por ceder el protagonismo sólo a uno de los dos antagonistas en las preferencias de los creadores contemporáneos. Una vez entendido que para los celos ya está Cuento de invierno, Yago se erige en el rey de la función en las últimas décadas. Un duque de Gloucester sin opciones a corona. Un villano que basa su fechoría en su capacidad de manipular al otro. Discípulo aventajado de Christian Simon, padre crítico del storytelling. Un spin doctor de manual que usa las debilidades de Otelo a su favor. Arnau Puig está perfecto en esta caracterización de un profesional del formateado mental. Frío experto en envolver la realidad en una red narrativa, filtrando las percepciones y estimulando las emociones más útiles a sus fines.
Pero una vez alcanzado el objetivo, la función se centra en el cuerpo y la psique del sujeto señalado por esa operación de acoso y derribo. Òscar Intente –con traje de político expuesto a la opinión pública– asume con solidez ese creciente protagonismo en un papel que llena en la medida que el caos emocional se apodera de él. Una destrucción que Tarrasón ilustra con imágenes del acervo surrealista. Un rincón de luz y sombras y unos brazos que atraviesan el espacio como en una pesadilla de Elm Street o un sueño oscuro de Cocteau.