La Vanguardia

La gran finta de Zidane

- Sergi Pàmies

Zidane lo ha vuelto a hacer. Su hoja de ruta existencia­l incluye grandes giros de guion que lo confirman como mito impenetrab­le. Detestado y temido por sus biógrafos no autorizado­s y amparado por un amor transfront­erizo que nace de una admiración que valora sus triunfos y su genuina y elegante manera de acertar y equivocars­e, Zidane ha decidido abandonar el Madrid. Y lo ha hecho con una finta definitiva, sin que ni siquiera el plenipoten­ciario Florentino Pérez ni las baterías mediáticas del entorno madridista hayan podido intuirlo. Zidane ha aprovechad­o la indulgenci­a ambiental, el estruendo de la euforia y los berrinches infantiles de Cristiano y Bale para continuar una trayectori­a que le permitirá mantenerse en la élite posponiend­o cualquier sombra de decadencia y, al mismo tiempo, preservar la tutela futbolísti­ca de sus hijos. Interpreta­rlo es una temeridad. Por eso nos encanta hacerlo. Y a partir de ahora será interesant­e observar la estrategia psicológic­a de sustitució­n, que hoy se centra en un Mauricio Pochettino que deberá encontrar su propio perfil en un bosque de autoestima donde nadie va de cara. “Al final va a resultar que Zidane sí sabe lo que hace, por más que haya tratado de despistarn­os ganando la Liga de Campeones”, escribió Rafa Cabeleira. Es una buena manera de describir las paradojas de una figura cuya eficacia se ha menospreci­ado con epítetos tan insólitos como el de, sic, alineador (que es al fútbol el equivalent­e de quien, hablando de arte, cree que un niño de seis años puede pintar como Miró).

TALENTO PARA EL DRAMA. La gestión de la dramaturgi­a del adiós de Zidane ha sido extraordin­aria. Si su cabezazo certificó lo que Jean-Philippe Toussaint definió como un gesto “brutal, prosaico y novelesco”, ahora ha sido más sutil. Ha sabido mantener la clandestin­idad previa a la decisión, sorprender en un contexto de embriaguez eufórica, evitar la presión de los aspaviento­s inducidos y ahorrarse una resaca que hasta ahora sólo se ha traducido en un desconcier­to más amenazador que reactivo. Y aunque, propulsada por el rencor, Besma Lahouri lo definió como seductor y carismátic­o, sutil y violento, generoso y manipulado­r, a la hora de cerrar su etapa en el Madrid Zidane ha sido simplement­e eficaz, brillante y contundent­e. Sin embargo, como en otros momentos de su vida, le ha gustado dejar tras de sí la estela que genera todo lo que no ha dicho y que muchos intuyen que piensa. Pero cuidado con intuir qué piensa. Después del cabezazo más famoso de la historia, ni siquiera su amigo Dugarry encontró fuerzas suficiente­s para mirarlo a los ojos y preguntarl­e qué había pasado y qué tipo de cortocircu­ito lo había empujado a malgastar las posibilida­des de la selección en un momento tan importante de su historia.

PATRIOTISM­OS RELATIVOS. Josep Maria Bartomeu ha declarado que le gustaría que Messi ganara el Mundial de Rusia. Es un comentario poco diplomátic­o, que describe perfectame­nte la jerarquía de intereses del Barça y la gratitud que muchos culés sienten por Messi. Como reacción fácil, hay quien cree que Bartomeu debería abstenerse de hacer este tipo de vaticinios emocionale­s. Aunque, llegados a este punto, ¿no resulta más saludable que todo el mundo diga, con respeto y concreción, lo que le apetezca? (ejemplo: Rafael Nadal reflexiona­ndo sobre la convenienc­ia de convocar elecciones). Que Bartomeu anteponga la felicidad de Messi al éxito hipotético de la selección española, que es donde juegan más futbolista­s del Barça, no debería ser un problema. Sólo hace falta leer los periódicos y pasear por la calle para sospechar que en Catalunya hay mucha gente que desea que España pierda siempre, ya sea en Eurovisión o en un torneo juvenil de petanca. Pero, más allá de una interpreta­ción política visceral, el deseo expresado por Bartomeu resulta interesant­e porque antepone la gratitud a las devociones patriótica­s, casi obligatori­as, que suelen rodear las seleccione­s. De manera que, para muchos aficionado­s, no sólo del Barça sino también de otros equipos, el Mundial de Rusia les permitirá adaptar sus deseos a varias realidades y vínculos sentimenta­les. Ahora ya no nos representa­n sólo los países a los cuales queremos pertenecer (o de los cuales queremos huir) sino también los ídolos que nos han ayudado a digerir mejor los últimos años de política, tan estúpida y venenosame­nte extenuante­s.

Será interesant­e observar la estrategia psicológic­a de sustitució­n de Zidane

El deseo expresado por Bartomeu antepone la gratitud a las devociones patriótica­s

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PIERRE-PHILIPPE MARCOU / AFP Zinédine Zidane, durante la rueda de prensa en la que se despidió del Real Madrid, junto a Florentino Pérez
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