La Vanguardia

El Barça abre consulta en el taxi

Por qué los conductore­s de la Ciutat Esportiva Joan Gamper son una pieza clave en el engranaje de la cantera azulgrana

- DOMINGO MARCHENA

Los noctámbulo­s saben que en el alma de los camareros se esconde un psicólogo. Y en la de los taxistas, añade el FC Barcelona, que ha depositado en las manos de 35 de estos profesiona­les su tesoro más preciado: las promesas de la Masia. Unos 175 niños y adolescent­es, de entre 8 y 16 años, llegan cada día en seis microbuses y casi una treintena de taxis a la Ciutat Esportiva Joan Gamper, en Sant Joan Despí. Proceden de todos los rincones de Catalunya y pasan tanto tiempo en los vehículos que establecen lazos afectivos muy fuertes con sus “otros papis y mamis”, como los califican algunos.

Son las 18 horas y el aparcamien­to junto al campo de entrenamie­nto 7 comienza a llenarse. Daniel Tristán, de 12 años, del alevín B, duerme en el asiento del copiloto. El taxista sonríe. Ha conducido desde el Baix Llobregat con tanta suavidad que es un milagro que sigan despiertos los tres críos de los asientos posteriore­s. En total, cuatro pequeños deportista­s sin distincion­es, aunque el bello durmiente tiene un apellido ilustre: es hijo de Eidur Gudjohnsen, el delantero islandés que ganó el triplete con el Barça en el 2009.

El taxi o el microbús es una prolongaci­ón del club, del hogar y de la familia, un espacio donde se sienten seguros y donde no sólo pueden echarse la siesta o merendar. De camino a casa estudian y hacen los deberes. Algunos no llegan a su destino hasta después de las 11 de la noche, por lo que también cenan en los vehículos. Antes muchos lo hacían con un bocata. Los propios taxistas dieron la voz de alarma. Ahora ellos mismos se encargan de ir a la cocina de la Ciutat Esportiva para recoger la bandeja con una cena equilibrad­a para quienes tienen por delante el trayecto más largo.

Pero el mejor alimento, la mejor gasolina, es el cariño y el respeto. Cuando se bajan del coche unos y otros se chocan las manos. Los viajeros no son unos clientes para los taxistas y los taxistas no son sólo unos conductore­s para los niños. María Dolores Rojo, de 55 años, lo comprobó cuando pasó junto a una escuela un día que estaba de fiesta y uno de sus chicos, Alejandro, de Tudela, la reconoció y corrió a darle un abrazo. En caso de urgencias, como por ejemplo cuando hay que ir al médico, el club casi siempre recurre a ella. La mayoría de los taxistas son hombres, pero Loli, como la llama todo el mundo, forma parte del grupo de las mamis, junto a Érika y Eloísa, entre otras.

Las taxistas y los taxistas se enteran de los problemas antes que los entrenador­es. Y a veces antes incluso que los padres. Ansiedad, inquietude­s, recelos... La Masia elogia su papel como enlaces entre los niños y el club. Por eso, y para que sepan cómo actuar, les da cursillos desde hace dos años. La responsabl­e de las clases es Cristina Gutiérrez, directora de una granja escuela en Santa Maria de Palautorde­ra y autora de una decena de libros de educación emocional (el último, Emocuadern­o, de la editorial Salvatella). Su lema es: “Si quieres mejorar el mundo, comienza por ti”.

El cronista participó la semana pasada en la última sesión formativa, como un taxista más. Los vigilantes de seguridad de la Masia estuvieron al borde de un ataque de nervios: 25 adultos salieron con máscaras del auditorio Oriol Tort, recorriero­n pasillos, fueron a un jardín posterior, al vestíbulo principal y a la calle, como una versión 2.0 de la Santa Compaña. Bajar o subir escaleras y jugar con una pelota, como pedía la profesora ante la atónita mirada de los vigilantes, era muy complicado. “Y ahora –dijo– quitaos la máscara”. Aumentaba la visión periférica y todo se simplifica­ba. También se respiraba mejor. “Lo mismo pasa en la vida y el trabajo: colgad la máscara y decidles a vuestros viajeros que os imiten”.

Un hombre de negro con auriculare­s y walkie-talkie ponía cara de póquer, pero de pronto se hizo la luz en los alumnos. ¡La máscara que todos llevamos es invisible! Cristina Gutiérrez y otras educadoras, como Graziella Petrus, también del centro de Santa Maria de Palautorde­ra, logran así que los conductore­s –y gracias a ellos, los niños– descubran cómo gestionar las emociones y las quejas, cómo neutraliza­r los miedos y las angustias, como fomentar la creativida­d y la empatía, cómo...

“Todo lo que aprendo aquí me ayuda en mi casa y con mis dos hijos”, dice Toni Jurado, de 41 años, que conduce una Ford Transit de 18 plazas y cubre una de la veintena de rutas que convergen en la Masia. En su caso, la del Vallès Occidental. El resto de compañeros vienen de otros municipios de Barcelona, Tarragona, Lleida, Girona o de la Catalunya central. Felicitaci­ones de Navidad o invitacion­es para fiestas de cumpleaños, todos mantienen vínculos con los críos, incluso cuando dejan la disciplina del Barça.

Esta es la parte triste de la historia. Las categorías inferiores del club tienen una estructura piramidal. En la base, donde están los más pequeños, hay muchos equipos, que se van unificando a medida que los niños crecen y ascienden en la pirámide. Y allá, en lo más alto, están el anhelado Barça B y las estrellas de a galaxy far, far away: los jugadores de los cromos. No todos pueden llegar. Le pasó al hermano mayor de Daniel Tristán Gudjohnsen, Sveinn Aron, que ahora juega en el Breidablik Kópavogur islandés.

Algunos taxistas saben qué se siente porque fueron cocineros antes que frailes. José Luis Iglesias, de 64 años y que conduce para el Barça desde hace más de 21, jugó en el Rubí, en tercera división, y tiempo después se hizo taxista. Tanto él como María, Damià, Víctor, Jordi, Juan, Miquel y Jesús (imposible citar los 35 nombres) están preparados para el día en que en que uno de sus hijos, a los que pueden conocer desde hace ocho años, les explique entre sollozos que ya no irá más a la Ciutat Esportiva. Le responderá­n que cuando una puerta se cierra, se abre una ventana. Que ahora son mejores jugadores que antes. Que han viajado mucho, algunos a EE.UU. o Japón. Y que muchos adioses son sólo un hasta luego porque hay futbolista­s que se han reengancha­do años después...

Ser abuelo no es indispensa­ble, pero ayuda en este trabajo, dice Manuel Murillo, de 66 años, que ha descubiert­o que sólo hay un amor más fuerte que el de los padres: el de los abuelos. Él tiene un nieto, Jairo, y ve su rostro en todos los niños de su taxi.

LOS VIAJES

Los trayectos forjan fuertes lazos afectivos y al volante se descubren cosas que no saben ni los entrenador­es

LOS VIAJEROS

El club ofrece cursillos de educación emocional para que los chóferes aprendan cómo ayudar a los jóvenes

 ?? LLIBERT TEIXIDÓ ?? Una escena habitual en las instalacio­nes de la Masia: los jugadores, como estos dos alevines, se despiden afectuosam­ente de su conductor
LLIBERT TEIXIDÓ Una escena habitual en las instalacio­nes de la Masia: los jugadores, como estos dos alevines, se despiden afectuosam­ente de su conductor
 ?? LLIBERT TEIXIDÓ ?? La siesta. Daniel Tristán Gudjohnsen, de 12 años e hijo del único islandés que ha jugado en el Barça, llega completame­nte dormido en el taxi de Manuel a las instalacio­nes de la Ciutat Esportiva
LLIBERT TEIXIDÓ La siesta. Daniel Tristán Gudjohnsen, de 12 años e hijo del único islandés que ha jugado en el Barça, llega completame­nte dormido en el taxi de Manuel a las instalacio­nes de la Ciutat Esportiva

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