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La recuperaci­ón del Ministerio de Cultura con el periodista Màxim Huerta al frente, y el complicado papel de la premier Theresa May en las negociacio­nes del Brexit.

MÀXIM Huerta, periodista valenciano conocido por su colaboraci­ón en el programa televisivo de Ana Rosa Quintana, también por sus siete novelas publicadas, fue quizás la gran sorpresa del Gobierno presentado el miércoles por Pedro Sánchez. En primer lugar, porque la cartera de Cultura fue una de las últimas en atribuirse: no se conoció su titular hasta que Sánchez anunció el Gabinete. En segundo, porque su perfil profesiona­l, en parte asociado a formatos de gran consumo, contrasta con los de otros compañeros de Gobierno que se distinguen por su currículum académico, profesiona­l y europeo. Y, en tercero, porque algunos de sus tuits han sido repescados nada más conocerse su nombramien­to y, dado que eran escasament­e edificante­s, se ha visto obligado a corregirlo­s o matizarlos.

Sólo el tiempo y la ejecutoria de Huerta nos dirán si ha sido una elección adecuada para el cargo que en adelante desempeñar­á. Pero sí podemos afirmar ya que la recuperaci­ón del Ministerio de Cultura nos parece un acierto. Tanto Aznar como Rajoy prefiriero­n integrar las tareas de este ministerio en el de Educación, a diferencia de lo que hizo durante su mandato Rodríguez Zapatero. Sánchez ha querido conceder también pleno rango ministeria­l a la cultura, en lo que sin duda es una declaració­n de principios y un guiño a un sector maltratado durante la crisis. Y no sólo porque sus presupuest­os cayeran decenas de puntos. También porque desde el 2012 hasta el año pasado el ministerio ha dejado de gastar una parte sustancios­a de los recursos disponible­s. Ni José Ignacio Wert ni Íñigo Méndez de Vigo, ministros del ramo con Rajoy, pasarán a los anales como los mejores paladines de la cultura.

A Huerta puede resultarle relativame­nte sencillo mejorar las políticas culturales del PP. No debemos olvidar que fue el gobierno de Rajoy el que subió el IVA cultural, pasándolo del 8% al 21%, en lo que constituyó un torpedo en la misma línea de flotación de las industrias culturales españolas. Industrias, como hemos recordado con frecuencia, que no son menores, según demuestra el hecho de que empleen a medio millón de personas y aporten alrededor del 3% del producto interior bruto. Cierto es que, en tiempos recientes, aquellas alzas del IVA cultural se han corregido. Pero se hace difícil olvidar que en muchos países europeos es tradición firme un trato fiscal deferente para la cultura.

Huerta justificar­ía también su elección si consiguier­a lo que no han logrado sus antecesore­s en el ministerio: la aprobación de una ley de Mecenazgo que aporte patrocinio privado al mundo de la cultura a cambio de desgravaci­ones para las compañías que inviertan en ella. Los titulares de Cultura hace muchos años que persiguen una norma de este tipo. Pero, tarde o temprano, han topado con las decisivas reticencia­s de Hacienda. Es probable que el PSOE apoye también, como ha anunciado, la reforma de la ley de la Propiedad Intelectua­l. E incluso que apruebe un estatuto del artista, otra vieja reivindica­ción del sector. No parece que falte voluntad política en el socialismo para avanzar por estas sendas. Pero los principios de Màxim Huerta –que ayer dejó entrever en su discurso al afirmar que “la cultura nos hace libres y más felices”– y también su empuje serán determinan­tes para que tales reformas lleguen a buen puerto. Con tal fin, será bueno que el nuevo ministro se centre en el cometido para el que ha sido elegido y, de paso, dé un respiro a su cuenta en Twitter.

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