Rehacer la historia
Ignacio Martínez de Pisón recupera desde la antigua Fiume, actual Rijeka, la figura del poeta Gabriele D’Annunzio, quien fuera promotor de la anexión a Italia de este territorio, como ejemplo de la manera en que las sociedades reconstruyen su pasado a voluntad: “La etapa dannunziana de Rijeka se inició en septiembre de 1919, cuando el escritor se puso al frente de una columna de voluntarios que pretendía ocupar Fiume y anexionarla a Italia”.
Escribo este artículo en una habitación de hotel en Croacia. Viajé primero a Zagreb, la capital, y ahora estoy en Rijeka, la antigua Fiume que el ególatra de Gabriele D’Annunzio trató de anexionar a Italia. El primer lugar que visito es el palacio del Gobernador, que fue la residencia del delegado imperial mientras Rijeka formó parte de Austria-Hungría y que luego el propio D’Annunzio escogió como vivienda y cuartel general. El edificio, como casi todo en esta ciudad, está al final de una empinada cuesta. Exhibe la solidez y la grandeza que parecían consustanciales al propio imperio, también sólido y grande hasta que los vientos de la historia decidieron fulminarlo. Reconvertido en Museo Marítimo e Histórico, trata de abarcar demasiadas cosas (arqueología, cultura, historia naval), y las piezas expuestas incluyen maquetas de barcos, violines históricos, armaduras: cosas, en fin, de un interés relativo. Pero yo no he venido aquí por las piezas sino por el edificio. Recorro sus tres plantas sin encontrarme absolutamente con nadie y me pregunto cuáles de esas estancias fueron las que D’Annunzio adoptó como propias durante los quince meses en que ejerció como pequeño sátrapa de la ciudad Estado de Fiume. En una de ellas, una bomba lanzada desde un buque de guerra italiano destruyó todo el mobiliario y estuvo a punto de matarle el 26 de diciembre de 1920. Allí terminó la aventura de D’Annunzio como dictadorzuelo.
De los muchos retratos de próceres que se exhiben, sólo uno es del escritor. Aparece en él con corbata, sombrero y una media sonrisa que le hace parecer más guapo de lo que en realidad era. El cuadro está en una pared lateral de un despacho más bien pequeño. ¿Sería en ese despacho donde cayó la bomba que casi acabó con su vida? Que la figura de D’Annunzio haya quedado tan disminuida en la historiografía local se explica por el afán de los nacionalismos de alterar el pasado a su conveniencia. Lo que no les gusta se borra y ya está. ¿Y para qué recordar que en algunas ciudades convivieron armoniosa y prolongadamente comunidades tan diversas como la italiana y la eslava? Esa convivencia no es para los nacionalismos sino un indicio de impureza, contaminación, suciedad. ¿Que la Rijeka del pasado no era lo bastante croata? Borremos toda huella de su antigua italianidad. Y borremos por supuesto a D’Annunzio, que al fin y al cabo era un chisgarabís.
Un ciudadano nacido en Rijeka a principios del siglo XX y muerto en la misma ciudad a finales del mismo siglo habría sido a lo largo de su vida austrohúngaro, fiumano, italiano, yugoslavo y croata. Cinco nacionalidades distintas sin tener que salir de su barrio, y tras cada una de ellas se esconde una dolorosa herida en la historia colectiva. La etapa dannunziana de Rijeka se inició en septiembre de 1919, cuando el escritor se puso al frente de una columna de voluntarios que pretendía ocupar Fiume y anexionarla a Italia. Las tropas italianas que en cumplimiento de los tratados internacionales debían detener su avance no sólo no lo hicieron sino que se le fueron sumando por el camino, y D’Annunzio fue recibido con entusiasmo por la comunidad italiana de la ciudad, en la que entró sin encontrar resistencia. Como la pretendida anexión no fue aceptada por las potencias, Fiume se constituyó como ciudad Estado fuera de la legalidad internacional, con el megalómano escritor como gobernador omnímodo. Al principio, todo era una fiesta: arengas desde el balcón del palacio, desfiles militares, procesiones a la luz de las antorchas... Pero eso duró poco. Un breve bloqueo económico bastó para llevar a la ruina a un enclave portuario e industrial tradicionalmente próspero. Entretanto seguían llegando voluntarios italianos, y la población eslava, pronto minoritaria, fue objeto de una persecución brutal: se les culpaba de la escasez de alimentos, se les expulsaba de sus casas para instalar a los italianos recién llegados, se atacaban sus comercios, se les apaleaba por la calle... En un ambiente de alta tensión política, hubo numerosos asesinatos de eslavos, y la reacción de D’Annunzio fue la propia de alguien que en su dormitorio había colgado una pancarta con su lema personal: Me ne frego, me importa un bledo. A D’Annunzio, en efecto, todo le importaba un bledo. Lo malo es que la historia está sometida a movimientos pendulares, a menudo de consecuencias trágicas. Casi tres décadas después cambiaron las tornas y los perseguidores se convirtieron en perseguidos. Al final de la Segunda Guerra Mundial, Fiume y otros territorios que habían pertenecido a Italia pasaron a formar parte de Yugoslavia y el mariscal Tito, desplegando una calculada estrategia de intimidación, forzó el éxodo de más de trescientos mil italianos. Fue aquella una limpieza étnica que los aliados prefirieron relegar al olvido para no indisponerse con Tito, a quien agradecían que mantuviera a su país fuera del Pacto de Varsovia. No hay país, por tanto, que no se haya acogido a la desmemoria histórica cuando le ha convenido.
A D’Annunzio todo le importaba un bledo; lo malo es que la historia está sometida a movimientos pendulares