El presidente afgano brinda una tregua a los talibanes
Gani anuncia un alto el fuego de una semana para el fin del Ramadán
Afganistán aspira a saborear una rara semana de paz, coincidiendo con el final del Ramadán. El presidente Ashraf Gani anunció ayer que sus tropas suspenderán cualquier ofensiva contra los talibanes alrededor del Aid El Fitr (fiesta de la ruptura del ayuno), a mediados de junio. Esta tregua unilateral se añade a una larga lista de gestos de buena voluntad no correspondidos. En la práctica, cambian poca cosa en el campo de batalla, donde el 90% de las ofensivas proceden de los talibanes. Y cambiarían aún menos si EE.UU. no se hubiera avenido a colaborar, dejando su aviación en tierra.
Está por ver que los talibanes respeten el respiro, que Gani ya ha declarado que no es extensivo al Estado Islámico (EI) y Al Qaeda. El presidente afgano intenta envolver su afán conciliador con retórica religiosa. Tanto es así que, hace cuatro días, un cónclave de ulemas en Kabul le preparaba el terreno con una fetua que, entre otras cosas, condenaba los atentados suicidas. A las pocas horas, un terrorista suicida clausuraba la asamblea religiosa con 14 muertos. La carnicería fue reivindicada por el contrapeso sobrevenido a los talibanes, el EI, cuyas filas crecen en Afganistán en la misma medida en que decrecen en Siria, tras sucesivas evacuaciones facilitadas por ciertos países de la OTAN. Algo denunciado por los rusos, que, junto a Irán, estarían armando discretamente a los talibanes –su antigua némesis– como mal menor. Pakistán, en cualquier caso, sigue siendo el gran valedor de los ex pupilos del mulá Omar.
Aunque el presidente Donald Trump aseguró que acabaría con la guerra más larga de la historia de EE.UU., sus oficiales, una vez más, consiguieron llevarlo en la dirección contraria y aumentar el número de tropas, hasta 14.000. Lo que sí parece llevar el sello de Trump es la intensificación de la campaña aérea, que el año pasado arrojó una cifra récord de muertos, entre ellos docenas de civiles. Una respuesta ciega a las pérdidas sobre el terreno, donde las bajas entre los desmoralizados soldados afganos también están en máximos.
Sin embargo, el analista Ahmed Rashid ha declarado que Afganistán podría ser el único éxito en la política exterior de Trump. No por la “madre de todas las bombas” que lanzó contra un supuesto nido del EI, sino por la presión inaudita que está ejerciendo sobre los militares pakistaníes. Un primer fruto se vio la semana pasada cuando, después de 70 años, Pakistán incorporó plenamente a las Áreas Tribales bajo Administración Federal, integrándolas en su provincia pastún. Hasta ahora, estos territorios fronterizos –a los que ningún gobierno de Kabul ha renunciado jamás– eran un salvaje oeste muy conveniente para los tejemanejes de la inteligencia pakistaní con milicias yihadistas, incluidos los talibanes. Ayer contra los soviéticos y hoy contra los estadounidenses.
Ciertamente, Gani ha ofrecido ya a los talibanes casi todo lo que está en sus manos, desde el reconocimiento como fuerza política hasta la amnistía para sus presos. Pero no ha podido ofrecerles la salida de las tropas extranjeras –que es la condición sine qua non de los talibanes– a sabiendas de que sin ellas no es nada. O es Saigón.
La pausa no incluye a Al Qaeda o el EI, cuyas filas crecen en Afganistán a medida que se encogen en Siria