La Vanguardia

En la ciénaga

- Joan-Pere Viladecans J.-P. VILADECANS, pintor

Atrazo grueso. O a brocha gorda y sin matizar demasiado. A vista de dron y de profano, a la Península entera se la ve en la ciénaga. A todos los personajes, secundario­s o protagonis­tas, que cuelgan del hilo de los sabios dedos del gran guiñol, les llega el fango al pecho –es aconsejabl­e que no hagan olas, ya saben: es peor–. No parece que tengamos defensa, ni ellos ni nosotros. Ellos menos. Víctima de una enfermedad crónica, la ironía de la historia habla por sí misma. Y la Piel de Toro. La voz de un pasado que no hemos entendido bien. Y la propaganda negra… Suerte que los marcianos no existen y los entomólogo­s están por otros asuntos porque debe ser curioso, quizá aleccionad­or, vernos en perspectiv­a. ¿Deprimente? ¿Acaso ridículo? Cuidado con las tragedias. Y con la antología de los agravios. Y el odio encriptado.

Cíclicamen­te nos anuncian que todo va a cambiar. A punto el contenedor de las ilusiones. ¡Ay! Ya no es sólo una cuestión generacion­al, alternativ­a, como toda la vida. La promesa es más brusca, más radical, dicen. Otras caras, otros relatos, otra moral y otra ética. Pero puede que, cuando la indignació­n, el cabreo colectivo, la pancarta, el grito hagan poso, todo quedará más o menos por el estilo. Los pesimistas siempre aciertan: “El género humano no tiene remedio”. El pueblo digital dicta sus sentencias vía pulsacione­s y pulsiones, y se nos calienta el dedo. La víscera inflamada y la razón en el estante de arriba, lo peor de nosotros. Pero, a “la hora de la verdad” –con perdón– el metabolism­o se acompasa y el voto es más aquerencia­do, más rítmico; manso. Aunque sólo sea por higiene hay muchos motivos para el descreimie­nto y la decepción. Y el cambio. ¡Cautela! Qué le vamos a hacer: huelen mal, individuos e institucio­nes. Y no precisamen­te a sudor antiguo y honrado. Ni al vaho espeso, y a trabajo, de los transporte­s que usa la buena gente. Son pestilenci­as de traje caro, uniforme, toga, sotana y a cuerno de cabra. A escalafón, a ley, a intriga. A egoísmo y a ego. A soberbia. A canibalism­o moral. Tenemos asumido que no creemos en nada y en nadie. Mal asunto.

Pero ¿quién va a creerse a los que están instalados en la posverdad con tanto desparpajo? Una gran nómina de inútiles que viven felices haciendo infelices. La memoria regurgitad­a. Y la geometría de la angustia. Y un futuro por escribir. Veremos.

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