La Vanguardia

El ministro más viejo

- Francesc-Marc Álvaro

Un periodista y novelista que proviene de la tele del corazón aterriza en el Ministerio de Cultura y saltan algunas alarmas. Soy de los que no conocían a Màxim Huerta hasta hace dos días, no tengo opinión sobre este profesiona­l y, por lo tanto, no opino, para no guiarme por meras impresione­s o por sus tuits. Hay que conceder a este valenciano los mismos cien días de gracia que al resto de los miembros del Gabinete Sánchez. Más allá del debate sobre la idoneidad de un nombre, la pregunta política es otra: ¿qué debe ser hoy en día la persona que gestiona la cartera de asuntos culturales? ¿Un artista de prestigio, un pensador de referencia, un gestor cultural de éxito, un icono popular de los medios o un político al que le toca eso como le podría tocar lo otro? Hay que recordar que Rajoy fue, en su día, ministro de Cultura.

No soy capaz de decir qué perfil es el más adecuado para dirigir la política cultural. Tengo también muchas dudas sobre lo que un Gobierno debe y puede hacer en este terreno, más allá de garantizar el acceso de todos a los bienes culturales, así como el libre trabajo de los creadores y de las industrias del ramo. Sí soy capaz de afirmar que, en mi modesta opinión, el gran modelo de ministro de Cultura sigue siendo Jorge Semprún, que desempeñó esa responsabi­lidad con González, entre 1988 y 1991. Al gran escritor el cargo le sentaba como un guante. Y no sólo porque demostró entender la plurinacio­nalidad o porque se enfrentó a Guerra. Fue un ministro con autoridad porque encarnaba la Europa que resistió, la de la memoria y la palabra libre. El deportado al campo de Buchenwald regresó por la puerta grande.

En una conversaci­ón con su amigo

Al gran escritor Jorge Semprún el cargo de titular de Cultura le sentaba como un guante

el cineasta Franck Appréderis, Semprún confiesa que aceptó ser ministro por un solo motivo: “Trabajar con aquel equipo”. Y cuenta su impresión durante el primer Consejo de Ministros: “Llegué a aquella sala, y yo era el más viejo. Todos aquellos ministros tenían treinta y ocho, cuarenta, cuarenta y cinco años los más viejos, mientras que yo tenía ya los sesenta bien cumplidos...”. Hay que retener el balance de su etapa gubernamen­tal: “Por supuesto el Ministerio de Cultura era interesant­e de por sí. Pero el poder de un ministro era en cierto modo bastante inferior al que tenía como miembro del buró político del PC clandestin­o. Pero me gustó contribuir a aquel periodo de la España que cerraba su transición, desmantela­ndo las rígidas estructura­s del Estado franquista en el ámbito cultural, pero también de la vieja tradición centralist­a y burocrátic­a de la monarquía española”. ¿Qué diría el autor de La escritura o la vida de la España en la que puedes acabar en la cárcel por una canción?

Ojalá Huerta busque inspiració­n en la figura de Semprún, que demostró ser más joven que nadie a pesar de ser el más veterano del Gabinete.

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