Política sin drama
No hemos hablado de lo que ha pasado, se alarma al despedirse una amiga con la que llevo dos horas desmenuzando otras cosas de la vida. Sí, le digo asomada a la puerta del tren que está a punto de arrancar, es increíble. Las dos sabemos que nos referimos al cambio de gobierno. Al fin, dice ella con una sonrisa. Qué alegría, alcanzo a decirle antes de perderla de vista. Pero creo que en realidad no sentimos casi nada ninguna de las dos. La nuestra es una alegría mental, teórica, poco emotiva. Y sin embargo, cuántas veces nos hemos desesperado juntas con los movimientos del partido que acaba de perder el poder. Qué mal lo pasamos en las últimas elecciones, cuando los progresistas fueron incapaces de pactar. Cuánta preocupación hemos compartido por el futuro de nuestros hijos al ver que se perpetuaban las políticas de la desigualdad. Cuánta impotencia frente a la corrupción, el patriotismo pirómano y electoralista, la pérdida de derechos laborales, la ley mordaza o el desprecio a la cultura, a la filosofía, al pensamiento. Y ahora que ha ocurrido lo que parecía imposible, casi se nos olvida comentarlo.
La ciudadanía ajetreada no hemos tenido tiempo de asimilar el terremoto político. La velocidad de los acontecimientos ha impedido que cale la emoción en nuestros cuerpos. Quienes creemos que se ha hecho un uso eficaz de las herramientas políticas, saludable y necesario, decimos que estamos contentas. Y lo estamos, técnicamente hablando. Pero no acabamos de notar esa alegría interior, ese placer físico que produce un desenlace deseado. Me pregunto si a los que están enfadados les pasa algo parecido. Que no acaba de
La creación de un clima de suspense es indispensable para sentir la felicidad de una victoria
hervirles la sangre. Ojalá. Y es que la moción de censura ha sido un éxito político pero, dramatúrgicamente hablando, es un completo desastre. Por eso no nos mueve un pelo. No sé si esto es bueno o malo o irrelevante. Pero al acontecimiento le ha faltado suspense. Y sin un arco de expectativas bien elaborado, con sus tempos, no hay implicación personal.
La creación de un clima de suspense es indispensable para sentir la felicidad de una victoria. Lo explica David Mamet en Los tres usos del cuchillo. Sobre la naturaleza y la función del drama. Dice el dramaturgo que los seres humanos “teatralizamos por naturaleza”, haciendo de cualquier cosa, por impersonal que sea, una vivencia subjetiva. No podemos evitarlo. Accionamos este mecanismo de la dramatización para que las cosas nos importen. Y la chapuza dramatúrgica de esta moción de censura se ha saltado las leyes teatrales básicas; el factor sorpresa se ha ido de madre y la precipitación de la trama nos ha dejado fríos. Pero quizás en eso radique su eficacia, y esta ausencia de emoción sea otra buena noticia. El teatro regresa a los escenarios y la política al Parlamento, dejándonos vivir en paz.