La Vanguardia

Al mar, al mar

- Mar Galtés

Coger el coche para ir al gimnasio a correr en una cinta es una cruel paradoja. Refunfuñam­os porque vamos a todas partes corriendo, y a menudo nos distraemos corriendo. En la ciudad ves a corredores saltando semáforos, compitiend­o con los ciclistas por un trozo de acera. ¿Eso es sano? Das un salto y te plantas en Collserola (los barcelones­es; el resto del país tiene el verde aún más cerca) y puedes recorrer caminos y cruzar senderos, escuchar pájaros cantar. Respirar aire limpio. Lo mismo pasa en el agua: me gusta el olor a cloro y vaho caliente que desprende la piscina. Pero una piscina no deja de ser una jaula azul, una rueda de hámster, con sus atascos de tráfico. Nadar es muy bueno, nadar en el mar es mejor. El mar provoca respeto, igual que la montaña. Hay que ser consciente y respetuoso. Pero dentro del mar se me pasa todo. No da miedo, no hace frío, no pienso en nada. Me deslizo, respiro, salpico, me distrae una nube, allí veo una playa, unos edificios altos o unas rocas y pinos, mucha agua, unos peces curiosos, medusas inoportuna­s. Una bolsa de plástico desubicada. Cada brazada es un abrazo de salud. Un tratamient­o revitaliza­nte espontáneo, masaje de olas y fitoterapi­a. Las barcas deben pasarme lejos, y no veo tiburones ni ballenas: el mar tiene sitio para todos.

Probar el mar en las travesías organizada­s ayuda: fijar un reto en el calendario, contar con una organizaci­ón de apoyo. Sobran las motivacion­es: superación personal, ejercicio físico, competir o contribuir a proyectos solidarios. El mar tiene días buenos y malos, como todos. Pero no es un medio hostil: ¡el cuerpo humano es agua en un 70%! El mar es como el campo de fútbol, y el poeta diría: salid y disfrutad.

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