Al mar, al mar
Coger el coche para ir al gimnasio a correr en una cinta es una cruel paradoja. Refunfuñamos porque vamos a todas partes corriendo, y a menudo nos distraemos corriendo. En la ciudad ves a corredores saltando semáforos, compitiendo con los ciclistas por un trozo de acera. ¿Eso es sano? Das un salto y te plantas en Collserola (los barceloneses; el resto del país tiene el verde aún más cerca) y puedes recorrer caminos y cruzar senderos, escuchar pájaros cantar. Respirar aire limpio. Lo mismo pasa en el agua: me gusta el olor a cloro y vaho caliente que desprende la piscina. Pero una piscina no deja de ser una jaula azul, una rueda de hámster, con sus atascos de tráfico. Nadar es muy bueno, nadar en el mar es mejor. El mar provoca respeto, igual que la montaña. Hay que ser consciente y respetuoso. Pero dentro del mar se me pasa todo. No da miedo, no hace frío, no pienso en nada. Me deslizo, respiro, salpico, me distrae una nube, allí veo una playa, unos edificios altos o unas rocas y pinos, mucha agua, unos peces curiosos, medusas inoportunas. Una bolsa de plástico desubicada. Cada brazada es un abrazo de salud. Un tratamiento revitalizante espontáneo, masaje de olas y fitoterapia. Las barcas deben pasarme lejos, y no veo tiburones ni ballenas: el mar tiene sitio para todos.
Probar el mar en las travesías organizadas ayuda: fijar un reto en el calendario, contar con una organización de apoyo. Sobran las motivaciones: superación personal, ejercicio físico, competir o contribuir a proyectos solidarios. El mar tiene días buenos y malos, como todos. Pero no es un medio hostil: ¡el cuerpo humano es agua en un 70%! El mar es como el campo de fútbol, y el poeta diría: salid y disfrutad.