La Vanguardia

La funesta belleza de Manon

La soprano Liudmyla Monastyrsk­a deslumbra en su debut en el papel: preciosa voz, actriz regular

- Maricel Chavarría Barcelona

Al igual que esta primavera barcelones­a de cielos indecisos y cambiantes, Manon Lescaut es, en manos de Puccini, un personaje en evolución. Tanto en lo vocal como en lo personal. La heroína de esta ópera de finales de siglo XIX que ayer se estrenaba por enésima vez en el Gran Teatre comienza con un fraseo simple y fresco, como la Mimì de La bohème. Para en el segunda acto adentrarse en una coloratura y unas florituras que por momentos son típicas del seteccento. Y a pesar de lo retorcido del libreto –se inspira en la novela de 1731 del abad Prévost– y de esa insistenci­a en convertir siempre al joven enamorado en una víctima de la voluptuosi­dad y la manipulaci­ón femeninas, Manon es ante todo una mujer genuina, que ama y pide perdón por haber traicionad­o a su amor. Y que acaba maldiciend­o su “belleza funesta”.

Vaya eso por delante para entender a qué se enfrentaba la soprano ucraniana Liudmyla Monastyrsk­a en su debut como Manon. Su papel va adquiriend­o una vocalidad muy profunda, más central, con agudos que no responden a una búsqueda de la belleza sino a la expresión de un total estado de emotividad y sensualida­d. Manon ha conocido el amor y la pasión... pero en un mundo de hombres es vendida, intercambi­ada, poseída y perseguida por Geronte di Ravoir, el tesorero general que la deslumbra con el oro y la colma de riqueza.

Los siete minutos de aplausos finales demostraro­n dos cosas en el estreno de anoche: que Monastyrsk­a ha superado el examen vocal aunque tal vez no el interpreta­tivo –hasta bien entrada la ópera no logra hacer creíble su papel– y que el Liceu adora al tenor Gregory Kunde, incluso cuando no ha estado tan redondo como el joven enamorado Renato Des Grieux.

El montaje de Davide Livermore no fue ni abucheado ni ovacionado: el director de escena italiano se atreve sencillame­nte a trasladar la acción un siglo después, e incluso a inventarse un recurso cinematogr­áfico: un Des Grieux ya mayor que medio siglo después de asistir a la muerte de Manon vuelve al lugar

En los siete minutos de aplausos finales, el público demostró a Gregory Kunde que le querrá siempre

de los hechos. Ese lugar no es el desierto de Louisiana como en el original, sino Ellis Island, donde se supone que fueron retenidos en su huida a Nueva York, a finales del siglo XIX...

A la salida, reparto democrátic­o de copas para los asistentes al estreno. Se acabó la copichuela para unos pocos. El president Quim Torra, que es abonado del cuarto piso, asistió por primera vez a la ópera desde el anfiteatro, en el palco presidenci­al. Junto a él, la consellera Laura Borràs. En el entreacto, parte del público les agasajaba...

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MONTSE GIRALT Gregory Kunde y Liudmyla Monastyrsk­a en una escena de Manon Lescaut
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