De la normalización al sosiego
LA palabra del día es normalización. Escribía ayer en este diario Fernando Ónega que cada gobernante intenta buscar un vocablo que defina su mandato. Suárez enarboló la expresión reforma política, González se definió como el cambio, Aznar quiso representar la segunda transición, Zapatero impulsó la reforma social y Rajoy se presentó como la recuperación. Pedro Sánchez ha encontrado en la normalización la expresión para su mandato. Normalizar España significa calmar el panorama, establecer prioridades (ha puesto Catalunya en primer lugar de su agenda) y mejorar en igualdad y justicia social.
Realmente es más fácil definir un mandato que llevar a la práctica la definición. No había acabado su primer Consejo de Ministros-as y ya le disparaban. Desde los altavoces más conservadores de las ondas hasta algunos líderes de partidos que le habían apoyado en su moción de censura. La simpatía que ha despertado el nuevo Gobierno preocupa a los que pensaban que esto iba a ser un paréntesis en lugar de un punto y aparte. Una medida como el fin de la tutela financiera a la Generalitat, que de hecho decaía con el fin de la vigencia del artículo 155, servía para que unas cuantas plumas de la prensa de Madrid se llevaran las manos a la cabeza. El Gobierno podía haber renovado el control, pero el gesto de Sánchez era claro, a las puertas de su encuentro con Quim Torra, al que llamó tras la primera reunión de su Ejecutivo. Todo dentro de la normalidad. Pero hace tiempo que la normalidad dejó de ser normal. A lo mejor deberíamos saber que Haruki Murakami nos advirtió que lo que nos hace personas normales es saber que no somos normales. Por desgracia, algunos lo ignoran o simplemente no soportan la diversidad o la diferencia.
No será fácil de conseguir la normalización, pero Sánchez deberá defenderla en cuerpo y alma. Para que al final de su mandato pensemos que lo que mejor puede definir al país es la palabra sosiego. Que ya toca.