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La tensa cumbre que los países del G-7 han celebrado cerca de Quebec y la tecnología de los coches del futuro.

HACE unos años que la industria del automóvil trabaja para diseñar el coche del futuro, es decir, eléctrico, conectado y autónomo. Aunque todavía se está lejos de cumplir el objetivo de una fabricació­n en serie de automóvile­s autónomos, algunos de los proyectos de investigac­ión están alcanzando objetivos que permiten ser optimista.

Por ejemplo, uno de estos planes de investigac­ión es el Symbioz que desarrolla Renault, en sociedad con una filial de Abertis, en Francia. Los coches protagonis­tas del estudio han cumplido sus seis primeros meses en la autopista A-13, en el departamen­to de Normandía, con un éxito esperanzad­or. Cierto que este tipo de proyectos avanzan con toda la prudencia. Provistos de 36 sensores que les aportan informació­n sobre el estado del tráfico, la existencia de tramos de obras, de posibles accidentes, las condicione­s meteorológ­icas o la situación de las barreras de peaje, estos coches circulan sin conductor, hasta el punto de que la persona que va al volante puede hacer “vida normal” como leer un libro o un periódico, descansar recostado en su asiento, escuchar música o ver una película. Así han venido transitand­o por la citada autopista en el último medio año –incluidos los pagos de los correspond­ientes peajes– sin ningún incidente de mención.

Existen también otros proyectos semejantes en Estados Unidos y en Asia, así como el más cercano de Inframix, desarrolla­do por Abertis y la UE en la AP-7 en un tramo de Girona, pero cuyo desarrollo está lejos todavía de obtener resultados fiables. Probableme­nte el obstáculo que es preciso vencer de forma más inmediata es desarrolla­r estos proyectos en áreas donde existen elementos que se pueden comportar de forma imprevisib­le. Las experienci­as en autopistas se rigen por unos modelos en los que, en general, el tráfico es ordenado. Se trata de un espacio acotado y por tanto con riesgos razonables. En cambio, en una ciudad, por muy cívica que sea la dinámica ciudadana, siempre existe el peligro de lo imprevisto de coches, motos, bicicletas o peatones, por obvias razones de densidad de población.

Es evidente que la carrera del coche del futuro ha empezado y la industria automovilí­stica compite para ver quién llega primero al objetivo de fabricar en masa coches eléctricos, conectados y autónomos. Es decir, que puedan circular por todas partes sin conductor y sin riesgos no previsible­s. Este es ahora el mayor reto. En esa carrera parece haber tomado la delantera la Francia de Macron, que pretende reverdecer los laureles de un pasado que fue puntero en el sector.

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