Barcelona y la literatura
Carme Riera reflexiona este domingo, a partir de la novela de Miguel Delibes La sombra del ciprés es alargada sobre el pasado cosmopolita de Barcelona en la literatura tanto catalana como castellana. “Perder su cosmopolitismo de capital literaria va en detrimento de su futuro y habla en desfavor de las autoridades municipales y autonómicas, a las que la cultura parece interesarles poco. Espero que la flamante consellera me convenza de lo contrario. Lo deseo de todo corazón”, apunta en su texto.
El pasado mayo se cumplieron setenta años de la aparición en Barcelona de la primera novela de Miguel Delibes, La sombra del ciprés es alargada. Nuestra ciudad, hostil o desmemoriada como pocas a su pasado literario, parece avergonzarse incluso de la posibilidad de sacar rédito de los acontecimientos culturales que desde tiempos cervantinos han tenido lugar en Barcelona, en castellano, y también en catalán, dicho sea de paso. Y es una lástima. Perder su cosmopolitismo de capital literaria va en detrimento de su futuro y habla en desfavor de las autoridades municipales y autonómicas, a las que la cultura parece interesarles poco. Espero que la flamante consellera me convenza de lo contrario. Lo deseo de todo corazón.
De momento, para no meter el dedo en el ojo de nadie, prefiero volver a Delibes y referirme a sus nexos barceloneses que en vida fueron muchos. Incluso me atrevería a decir que Barcelona es, después de Valladolid, donde nació el novelista, la ciudad más importante para su carrera. No sólo porque editó en Destino y tuvo por agente, en la etapa final de su vida, a Carmen Balcells, sino también porque en Barcelona, gracias al premio Nadal, que ganó en
1948, con 27 años, inició una andadura literaria exitosa y fructífera.
Delibes saltó, pues, a la fama en Barcelona porque un jurado, integrado por Ignacio Agustí, Joan Teixidor, Josep Vergés, Néstor Luján y Rafael Vázquez Zamora, escogió su manuscrito entre los ciento doce presentados.
Los miembros del jurado, entre los que había novelistas, periodistas y editores, eran catalanes de nacimiento o de adopción. El mundo de la novela premiada les quedaba algo lejos, no era el suyo –Ávila de los Caballeros poco tiene que ver con Barcelona– y, sin embargo, por tres a dos votos premiaron a Delibes en la ronda final, después de descartar Los Abel de Ana María Matute, novela que también les gustó, y Hospital General de Manuel Pombo Angulo.
Sempronio, que publicó una divertida crónica en el semanario Destino, insistía en que había sido un jurado catalán de imparcialidad probada el que había premiado a ese muchacho desconocido de Valladolid, del que no se tiene ni una fotografía, del que apenas se sabe nada, tan sólo que es un inédito. Cuando en el Café Suizo, donde entonces se reunía el jurado, se pide que salga el autor, se levanta un chico joven, que está tomando café en una mesa apartada, diciendo: “Miguel Delibes es mi hermano”.
Los periodistas pudieron enterarse de quién era el escritor y a qué se dedicaba gracias al hermano pequeño de Delibes, y Manuel del Arco, el gran caricaturista y extraordinario entrevistador de La Vanguardia, le propuso: “Si usted me cuenta cómo es su hermano, yo le hago la caricatura de oído”.
Mientras, en Valladolid, en el periódico El Norte de Castilla el novel escritor espera nerviosísimo una llamada que llega por fin, aunque se corta en seguida. Menos mal que le da tiempo de enterarse de que el ganador es él, que es verdad, que no se trata de una broma. Las comunicaciones, de todos es sabido, dejaban mucho que desear en la España de entonces.
A partir de aquella noche la curiosidad del mundillo literario barcelonés por conocer a Delibes fue en aumento. La revista Destino, tan ligada a la editorial del mismo nombre, no pudo ofrecer casi datos del ganador en su extenso reportaje sobre el Nadal. Por fin unas semanas más tarde reprodujo una fotografía y una nota biográfica, remitidas por el autor.
La revista Destino volverá a referirse a Delibes cuando en mayo de 1948 Vázquez Zamora publique una entrevista con el escritor y advierta que pronto los lectores podrán juzgar si La sombra del ciprés les interesa. También en Destino el mismo mes aparece una crítica de Ángel Zúñiga acompañada de una fotografía de Delibes escribiendo en una exigua mesa de trabajo, estilo Renacimiento, remordimiento, que hubiera puntualizado Barral, con candil incluido.
Desde entonces Delibes va a publicar el grueso de su producción en Destino. Su fidelidad al editor catalán es una prueba de su carácter. Pese a suculentas tentaciones, seguirá siendo leal al tándem catalán Vergés-Teixidor, que, otorgándole el Nadal, le había dado la oportunidad de que creyera que estaba capacitado para la literatura.
Delibes se sentía ligado a Barcelona porque en esta ciudad había nacido como novelista y la visitaba con frecuencia, casi siempre en coche, puesto que detestaba el avión, en compañía de su mujer o de alguno de sus hijos. El profesor Antoni Vilanova, amigo y admirador de Delibes, solía invitarle a dar conferencias en la universidad. Cualquier aula se quedaba pequeña y había que reservar el paraninfo, abarrotado de estudiantes, ávidos de escuchar al autor de una de las mejores prosas de la literatura castellana de la segunda mitad del siglo XX.
A propósito de Delibes y de tantos otros escritores, pienso que tal vez valga la pena considerar hasta qué punto Barcelona ha contribuido de diversas maneras a la literatura en lengua española peninsular y americana. Ignorarlo es de incultos. Esconderlo, de tontos, requetetontos. ¿Tontos del requeté?
Miguel Delibes se sentía ligado a Barcelona porque en esta ciudad había nacido como novelista