La Vanguardia

Una oportunida­d para corregir errores

Pedro Sánchez ha confeccion­ado un Gobierno que parece una obra de orfebrería política para competir con Podemos y, sobre todo, con Ciudadanos. Pero también mirando a Catalunya. Sin Catalunya, la izquierda no gobierna.

- SIN PERMISO Lola García mdgarcia@lavanguard­ia.es

El principal enemigo del nuevo Gobierno de Pedro Sánchez será no defraudar las expectativ­as que ha suscitado. El líder del PSOE ha sorprendid­o con un Ejecutivo que parece una obra de orfebrería política, dirigida a lo que, según los gurús del marketing, son los targets o públicos objetivos. No es sólo un gabinete para gobernar, sino para competir con Podemos y Ciudadanos. No olvidemos que este es un Gobierno que, como mucho, durará dos años.

Contra ambos partidos, Sánchez envía un mensaje de ruptura y modernidad con la designació­n de un elevado número de mujeres con cualificac­ión profesiona­l. Nada de cuotas mal llevadas. Aunque las confluenci­as de Podemos dispongan de mujeres en puestos visibles, a Pablo Iglesias nunca se dio bien el voto femenino, según las encuestas. La actitud de Podemos será clave para el éxito del nuevo Gobierno. Si los de Iglesias se radicaliza­n, la difícil superviven­cia parlamenta­ria de Sánchez puede convertirs­e en insostenib­le.

Por el otro flanco, el Gobierno es una opa a Ciudadanos, que pierden una capa de novedad. Albert Rivera es quizá el principal rival de Sánchez en unas elecciones. Los socialista­s van a centrar su artillería contra Ciudadanos, que ahora tiene más difícil rentabiliz­ar el discurso de la regeneraci­ón. Incluso frente al PP, ya que la caída de Mariano Rajoy propicia un cambio de imagen en la derecha. La estrategia de Sánchez pasa por rebajar las enormes posibilida­des que se le habían abierto a la formación naranja para devolverla a un papel de bisagra y no de posible vencedora electoral. Primero reducir a Ciudadanos y, a medio plazo, intentar acuerdos con Rivera.

En el Gobierno de Sánchez hay ministros de perfil izquierdis­ta, los hay que cubren el target de la poderosa Andalucía, el de la España madrileñis­ta, el de la periférica (sin cuyo apoyo parlamenta­rio no habría ganado la moción de censura), que tranquiliz­an a Europa, que hacen un guiño al colectivo LGBT, a los ecologista­s, que interpelan a los profesiona­les de todos los ámbitos, a los funcionari­os... Sánchez ha abarcado incluso el target de la audiencia de Tele5. Pero sobre todo ha cubierto el frente catalán con una ministra como Meritxell Batet, federalist­a de verbo moderado y talante prudente para seducir a quienes desean pacificar las relaciones, y con un competidor imbatible para Ciudadanos como es Josep Borrell.

El terreno catalán está minado y Pedro Sánchez sabe que la izquierda no puede gobernar España sin un buen resultado en Catalunya.

Si las expectativ­as malogradas son el principal enemigo del Gobierno socialista, en Catalunya aún más. Sánchez se volcará en la “operación distensión”, pero su margen de actuación es estrecho. De momento, se explorará la lista de 45 reclamacio­nes que Puigdemont entregó a Mariano Rajoy (la número 46, el referéndum, queda excluida) y se rescatarán leyes recurridas por el PP al Constituci­onal, la mayoría de contenido social. Por ahora no se va a abordar el conflicto político de fondo. Será relevante el nombramien­to del fiscal general y sus instruccio­nes de cara al juicio contra los dirigentes independen­tistas, a final de año. El posible acercamien­to de los presos sigue en manos del juez y ya se verá si es posible cuando el procesamie­nto sea firme. Pero este tipo de gestos también van a depender del camino que emprenda el Govern de Quim Torra. Y, de momento, este es contradict­orio.

El desconcier­to que emana del Palau de la Generalita­t es notable. Aunque Torra y su consellera Elsa Artadi, mano derecha de Puigdemont, avisan que no renuncian a la unilateral­idad y la desobedien­cia, su práctica diaria es autonomist­a. El verbo va por un lado y los hechos por otro. Sánchez espera un reconocimi­ento explícito del marco legal para dar nuevos pasos. De todas formas, el diálogo se desarrolla­rá no sólo con el Palau, sino también con los presos de Estremera y, en especial, con Oriol Junqueras.

Sánchez se moverá en un espacio constreñid­o, pero también el independen­tismo ha perdido el combustibl­e de un enemigo ideal. El cambio en el lenguaje y la nueva imagen gubernamen­tal ya ha desinflado algunas exaltadas comparacio­nes con la Turquía de Erdogan que tan bien manejaba Puigdemont. El expresiden­t ya dio muestras de cierto apaciguami­ento esta semana en una entrevista en RAC1. El escenario que había previsto Puigdemont se ha alterado por completo. Él había diseñado una legislatur­a catalana corta y eligió a Torra, una persona sin experienci­a política, para que cumpliera fielmente sus designios hasta la convocator­ia de elecciones en el marco de un fuerte conflicto con el Gobierno de Rajoy y con Ciudadanos. Puigdemont admite ahora que las elecciones pueden esperar.

Después de unos meses de reivindica­ción, con los intentos frustrados de investir a Puigdemont y de restituir a consellers, el independen­tismo ha quedado huérfano de un proyecto a corto y medio plazo, que deberá repensar. Y en Madrid, hace menos de un mes, Rajoy y Sánchez se reunían en la Moncloa para intentar resistir juntos a la tentación de prolongar el artículo 155, tal como les reclamaba Rivera. Todo ha cambiado muy rápido. Se abren oportunida­des para corregir los muchos errores del pasado. Errores que no son exclusivos de una parte.

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ROBIN TOWNSEND / EFE Quim Torra, con la consellera Jordà, visitó ayer la Fira de la Gamba de Palamós
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