La Vanguardia

Un gallego que mira hacia Madrid

- ANXO LUGILDE

Esto es el comienzo de grandes cosas, Alberto no se va a quedar aquí”, vaticinó en el 2009 José Manuel Romay Beccaría. Con su profecía el primer ministro de Sanidad de Aznar intentaba convencer a un profesiona­l de éxito en Madrid para que aceptase la consejería que le ofrecía en la Xunta su discípulo, Alberto Núñez Feijóo, quien nueve años después, sin dejar de mirar nunca a Madrid, cree llegado el momento de hacer realidad el pronóstico de su maestro Romay.

Licenciado en Derecho de 56 años, tuvo en el 2017 su primer hijo, Alberto, con su actual pareja, Eva Cárdenas, directora de Zara Home, y sobre cuyo sueldo, de muchas decenas de miles de euros, existe toda una multiplica­dora leyenda en el PPdeG.

Para entender la figura política de Feijóo conviene observar la singularid­ad geográfica de la que procede. Es de Os Peares, “el pueblo más complejo de España”, como lo definió el periodista Henrique Alvarellos en su libro Galicia en cien prodigios. Pertenece a dos provincias (Lugo y Ourense), a cuatro ayuntamien­tos, tres partidos judiciales y dos diócesis distintas. Para mayor confusión en Os Peares se da el misterio que Siniestro Total resumió cantando que “el Sil lleva el agua, el Miño la fama”, pues sobre el terreno cuesta ver que el primero desemboque en el segundo.

Ese origen fronterizo coincide con el estilo ecléctico con el que Feijóo se dio a conocer en el 2009 cuando, a lomos de la crisis, derribó en las urnas a la Xunta de PSdeG y BNG, lo que puso a Mariano Rajoy en la sen- da de la Moncloa. Con su presencia en la boda homosexual de un concejal de Ourense, su confesión de que había votado a Felipe González, la condena al franquismo de su grupo parlamenta­rio y su recurrente crítica al matrimonio como institució­n poco democrátic­a, el de Os Peares suponía una revolución en el partido heredado por Fraga, lo que, junto con su promesa de efectuar el cambio regenerado­r que había dejado pendiente el bipartito, le ayudó a rejuvenece­r el electorado del PP y crecer donde se logran las alternanci­as en Galicia, en las provincias atlánticas. Con el tiempo su base electoral se avejentó para parecerse más a la fraguista, al igual que su mensaje y diversas prácticas, como el total control de una TVG ahora sin debates en horario no lectivo. Y es que por muy difícil que sea la geografía de Os Peares, Feijóo siempre tuvo claro que es de Ourense y que el Sil desemboca en el Miño.

Los ajustes que hizo al llegar a la Xunta, aderezados con golpes de efecto como el de sustituir los Audi oficiales por Citroën, libraron a Galicia de recortes salvajes, lo que es reconocido fuera del PP. Resulta más polémica, también entre los alcaldes populares, su insistenci­a en la austeridad a ultranza con la que se proyectó como campeón de la solvencia en su carrera hacia un Madrid donde se curtió en el aznarismo como alto cargo, en el Insalud y Correos.

Sus tres mayorías absolutas en una España en la que ya no existen, basadas en su imagen personal, y el peso específico del PP gallego son los mayores activos para una candidatur­a que él querría que fuese la única. El no tener escaño en el Congreso y sus viejas fotos con el contraband­ista Dorado constituye­n sus déficit. Aunque la actual coyuntura podría aconsejarl­e seguir replegado en Galicia, Madrid es un edén político para un Feijóo al que la cuestión catalana le interpela en su patriotism­o. Y en la estación de Os Peares ya sólo para un tren al día en cada sentido, por lo que sabe que no lo puede perder.

Las tres mayorías absolutas son su activo y las fotos con Marcial Dorado, su lastre

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BALLESTERO­S / EFE Alberto Núñez Feijóo, el hombre fuerte en Galicia

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