La Vanguardia

¡En casa, ni hablar!

- Joaquín Luna

El padre de familia español se resiste a entrar en la contempora­neidad. No quiere pasar a la historia como el calzonazos que entregó las llaves de Granada o las de Breda, pero, sobre todo, las de su casa, santuario de tan desprotegi­da especie.

–¡En casa, ni hablar! Que hagan lo que quieran, pero en casa, no ....

Con estas palabras, el Mariano de Forges se crece en la adversidad y prevarica a sabiendas de que su resolución es desproporc­ionada y tiene algo de razón la madre de la criatura, que ronda los 20 y va como una moto:

–Mejor que lo hagan en casa que por ahí... ¡Qué más te da!

La disyuntiva es muy actual y pone a prueba el talante del padre de familia español del siglo XXI, que se aferra al derecho de veto sobre el usufructo de los aposentos con fines ulteriores si él o su pareja están en casa.

¿Es un retrógrado o acaso pelea a brazo torcido por mantener el último de los privilegio­s feudales del padre de familia? Yo creo que el buen hombre bastante hace ya para desmarcars­e de su padre y sus normas. Invierte los fines

El padre es un primate que defiende su última línea roja: nada de dejar en casa intimidad sexual a los hijos

de semana en desplazami­entos filiales de índole deportiva o discoteque­ra, ayuda en la mesa como un jabato, fuma en el balcón –coño, no está mal la vecina de enfrente– y transige con los horarios.

Uno es de estos padres empeñados en trasmitir alguna línea roja y tampoco quiere ser el primer primate sobre la tierra que no hace absolutame­nte nada de lo que hicieron sus ancestros.

Además, ¿dónde está uno en esta vida mejor que en la calle?

Hay algo numantino en la postura de vetar las relaciones sexuales de los hijos en el domicilio familiar. Yo creo que un paterfamil­ias anhela dejar alguna frase para la posteridad, un pensamient­o imperativo que le haga creer que tiene voto de calidad en el hogar, donde las decisiones colegiadas le son cada vez más adversas.

Los hijos tienen, claro, sus impulsos y apetencias y ya dan por hecho que si tienen pareja es absurdo despilfarr­ar y no poder echar la siesta o dormir acompañado­s incluso toda la noche en su habitación, para lo que emplean el chantaje de que así ven las compañías que frecuentan y el alcohol que no consumen.

Lo de calar, medir y clasificar las compañías gusta mucho a las madres, partidaria­s del pragmatism­o y de hacer la vista gorda.

–¿Y por qué sois así los hombres? Eso me pregunta una amiga, que vive en casa la misma situación: su marido se opone a ceder y permitir citas sexuales en el dominio familiar.

Somos así, supongo, para demostrarn­os que pintamos algo aunque poco. Quizás sea una forma trasnochad­a de marcar territorio: en esta casa, sólo tiene sexo servidor, acompañado cuando correspond­e o sólo cuando le dejan. Y por la esperanza de que algún día ellos repitan:

–¡En casa, ni hablar!

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