La Vanguardia

Estrenar una casa vieja

- Llucia Ramis

Quién iba a imaginar hace un par de semanas que hoy Pedro Sánchez se despertarí­a en la Moncloa, Eduardo Zaplana en la cárcel, Pablo Iglesias en un chalet con piscina y yo en un nuevo piso. Las empresas de mudanzas se apuntan al vértigo de estos tiempos sin tiempo. “Oferta especial si hacemos el traslado pasado mañana”, dijeron. Así que, contra todo pronóstico (ahora es costumbre), me puse a embalar y a tirar lo que ya no tiene sitio. Pasó la era de la reflexión y la nostalgia. Llegó la de las oportunida­des desconcert­antes. Tardaremos algo en ubicarnos y en descubrir dónde metimos el cargador y las sandalias, vestiremos con ropa fuera de temporada. O con la ropa que toca, aunque al principio no sepamos vernos de verano, después de tanto nubarrón y tormentas.

El país entero se muda, pareciera que de piel. Quizá sólo sea una impresión provocada por la decoración del nuevo inquilino, que va descargand­o cajas llenas de ideas. Esta es una casa vieja que tiene graves problemas estructura­les y las paredes empapelada­s con un estampado de flores marchitas. Hubo gobiernos que intentaron arrancarlo mediante la ley de memoria histórica.

Que haya más mujeres al mando no garantiza que todo vaya a ir mejor, sino que empezará a ser normal

Pero los motivos franquista­s no acaban de salir, por más que rasques. Otros simplement­e pintaron por encima. Otros dejaron ahí las feas tiras porque no les molestaban.

Las tuberías apestan, agua estancada que nunca se drenó y va pudriendo las raíces del árbol escuálido plantado en el patio interior durante la transición y al que llamamos democracia. Está tan descuidado, el pobre, que hay quienes lo talarían porque ya no cobija. Uno siempre llega con la ilusión de enderezarl­o y arreglar las cosas. Contrata a personal de su confianza. En este caso a una jardinera, a una fontanera, a una electricis­ta, a una ingeniera, a una arquitecta. ¿No serían trabajos de hombres?, se pregunta la machirula patria, cuestionan­do como siempre cualquier progreso salvo si es económico. Que haya más mujeres al mando no garantiza que todo vaya a ir mejor, sino que empezará a ser normal. Tenemos el mismo derecho que ellos a hacerlo mal, y la presión del eterno examen lo hace poco probable.

Los dirigentes tiran de símbolos cuando falta dinero. O el dinero acaba rápidament­e con los símbolos. Sea como sea, el planteamie­nto de este Gobierno tiene mensaje, sus formas son ahora el contenido. Veremos si abre las ventanas para airear un poco, de momento ha cambiado las cortinas. Pero algunos currículum­s lo dicen todo. La oposición no permitirá que el nuevo presidente se mueva como Pedro por su casa. Y como esos vecinos que quieren echarte porque te consideran intruso, se lo pondrá difícil. A ver cuánto dura, ¿más o menos que un contrato de alquiler? Toda apuesta o respuesta será precipitad­a. Cabe esperar cualquier cosa, desde que el ministro de Cultura es Màxim Huerta. Quién iba a imaginarlo. Empieza la diversión.

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