El currículum B
Leído en el cristal de una heladería: “Falta dependiente. Entregar currículum”. Lo mismo que para una cátedra en Harvard. Siempre “el currículum”. Pero ya es hora de darle vueltas al dichoso documento. Primero, una aclaración: no es un currículo de la vida (“vitae”), sino de las actividades (“operae”). Luego, advertir: del currículo se espera, ante todo, que sea cierto, no falso. Y desde luego que sea útil para su fin: servir de información del candidato, no ser papel mojado. Porque es tan triste que el empleado mienta como que el empleador ignore.
Pero todo eso es lo accidental del currículum. Vayamos a la sustancia. El currículum, en su estructura y sentido, está ya bastante desfasado. ¿De verdad en la era en que nos sustituyen máquinas y programas importa más lo que uno hace que lo que uno es? Del currículo se esperó primero las “actividades”; luego, los “conocimientos”; ahora, las “competencias”. Pero ¿para cuándo la persona y sus habilidades? Eso que algunos ponen al final como “aficiones” es en lo que deberíamos fijarnos, casi tanto o más que en las llamadas “competencias”. El médico es bueno que toque el violín, la ingeniera que sepa oratoria, el economista que haya sido boy scout y la diputada haber hecho voluntariado. Y el vendedor de helados que sea poeta. La cara B siempre es la más interesante y decisiva de la vida. También contar con el currículum B.
El mundo precisa de una educación B. La de ahora nos prepara para ser perfectos y competitivos en un mundo que requiere gente capacitada, pero también creativa, equilibrada y responsable. He aquí, paradójicamente, que las “actividades extraescolares” de los niños (deporte, idiomas, música, arte, teatro, excursiones…) serán más decisivas para su profesión, mañana, que las actividades regladas, en las que echamos en falta por lo menos el cuidado físico y de la emoción, la expresividad, el diálogo y la ciudadanía. Si lo reducimos todo a su valor instrumental, no esencial, nos cargamos aquello mismo que intentábamos salvar.
Ya se encargarán los robots de ser perfectos. Nosotros hemos de ir al contenido. Pero la educación tecnocrática, y su broche, el CV, parece seguir pensando en sujetos adaptativos y aislados, con la cabeza gacha sobre su móvil. La inteligencia ha ido avanzando, pero la epidemia de pobreza mental y déficit comunicativo se está extendiendo. Dijo Juan Ramón: “Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando”. Nos iremos, y otra educación seguirá siendo posible.