La Vanguardia

Juan Germán Schroeder (1918-2018)

- JOAN DE SAGARRA

El narrador, guionista, dramaturgo y poeta Ramón Gil Novales oscense de origen y residente en Barcelona desde mitad de los cincuenta, murió en la capital catalana el lunes a los 90 años. Tras de sí deja una obra literaria a caballo entre el vanguardis­mo audaz de su teatro y la recuperaci­ón nostálgica de las tierras aragonesas, “que tuvo que abandonar como muchos miles de paisanos suyos en las últimas siete décadas” (Mario Sasot, La Vanguardia, 29 de mayo).

Ramón Gil Novales fue mi amigo. Le conocí una noche de jazz y de whiskey en casa de otro amigo, Josep Maria Carandell. Entonces, mediados de los sesenta, Ramón se ganaba la vida traduciend­o autores anglosajon­es al castellano para Seix Barral y Plaza&Janés: Henry Miller, Virginia Woolf, Hanna Arendt, Peter Brook… Ramón escribía teatro –era un loco del teatro– y se hacía con gente del oficio, como José María Rodríguez Méndez, tres años mayor que él. Fue José María quien le presentó a Ricard Salvat y Maria Aurèlia Capmany, a la sazón al frente de la Escola d’Art Dramàtic Adrià Gual, quienes le estrenaron en la Cúpula del Coliseum su Guadaña al resucitado (1969). La dirigió el mismo Rodríguez Méndez y fue un éxito, un éxito de una noche y gracias, como diría don Ramón María del Valle-Inclán, algo habitual en aquellos años de cilicio y alabarda, vamos, de censura monda y lironda.

Entonces yo era un chaval recién llegado de París, del Instituto de Estudios Teatrales de la Sorbona, y tenía todavía mucho que aprender del teatro español, en el que intentaba meterme, ejerciendo de crítico, y ellos, Ramón y José María, me ayudaron un montón. Eran unos años, los del teatro independie­nte, en los que el teatro que se cocinaba en Barcelona lo mismo se cocinaba en catalán que en castellano. Todos pertenecía­mos a una misma familia: Salvat, el Salvat de Brecht y Espriu, acogía en su escuela a Gil Novales, del mismo modo que, diez años más tarde, el célebre Grec del 76, el de la profesión, cerraría filas con Bodas que fueron famosas del Pingajo y la Fandanga, la mejor obra de Rodríguez Méndez, según sentenció en su día el colega Pepe Monleón.

¿Quién se acuerda hoy de Ramón Gil Novales y de José María Rodríguez Méndez? ¿Cuánto hace que no hemos visto representa­r una de sus obras en nuestros escenarios? Este año celebramos el centenario del nacimiento de Maria Aurèlia Capmany –“la Simone de Beauvoir catalana”, leí no recuerdo donde– y de Manuel de Pedrolo. Bien, muy bien. Pero, ¿quién se acuerda de Juan Germán Schroeder, otra de las figuras emblemátic­as de aquellos años de efervescen­cia teatral, de resistenci­a teatral, nacido, como Maria Aurèlia Capmany y Manuel de Pedrolo en 1918?

Juan Germán falleció el 29 de junio de 1997, a la edad de 79 años. Fui, con Josep Maria Carandell, que había conocido a Juan Germán en sus años mozos y por el que sentía una gran estima, a despedirle en el tanatorio de Sancho de Ávila. No éramos mucho. En cualquier caso, éramos muchos menos de los que cabía esperar. Había ausencias notables, empezando por la política cultural de este país: ningún cargo de la Generalita­t, del Ayuntamien­to, de la Diputación, del Ministerio de Cultura, se dignó asistir al acto. Era penoso, por no decir patético, comprobar como, en pleno Grec 97, ningún gerifalte

Cuando inauguren el Grec este año sería de agradecer alguna palabra en homenaje de Juan Germán

cultural del municipio se había acercado a despedir a Juan Germán, el mismo que, en 1952, junto a la actriz Mercedes de la Aldea, devolvió al escenario de Montjuïc su dignidad teatral. “El local”, cuenta Jordi Coca, “estava en condicions pèssimes, brut, sense camerins, i amb mancances tècniques de tot tipus que van ser resoltes amb l’entusiasme d’aquella jove actriu –que moria no gaire després en un tràgic accident– i l’interès que Juan Germán Schroeder tenia per a recuperar espais exteriors i fins i tot crear-ne de nous”. En aquel Teatre Grec, felizmente recuperado, Juan Germán montó, con Mercedes, Edipo rey, de Sófocles. El mismo año había dirigido junto a Esteve Polls y Francesc d’A. Toboso, El pleito matrimonia­l del Cuerpo y el Alma, ante el templo de la Sagrada Famí- lia, durante los actos del Congreso Eucarístic­o Internacio­nal, y ocho años antes, en 1944, La vida es sueño en la plaza del Rei. A Juan Germán le gustaba el teatro al aire libre.

Se hace difícil dar, entre los historiale­s de los hombres de teatro de este país surgidos después de la guerra, con otro tan rico y a la vez tan variopinto como el de Juan Germán. Sin agotarlo, ni mucho menos, he aquí algunos datos: Funda el Teatro de Estudio (1943), el Teatro de Cámara de Barcelona (1948) y El Corral (1950), el primer grupo con profesiona­lidad artística e independen­cia económica. Dirige obras de Ibsen, Strindberg, Lorca (Bodas de sangre, en 1946; función única, claro está), Sartre (A puerta cerrada, en 1948, con gran escándalo)… y también obras de jóvenes autores de su generación: Paco Sitjà –el padre de Borja Sitjà–, Giovànni Cantieri, Julio Manegat, Paco Candel… Óperas de Menotti, Tossatti, Bela Bartok, Amunt, de Altisent,…, en el Liceo. Se consagra como uno de los mejores adaptadore­s del teatro clásico español, con numerosos estrenos en el María Guerrero y en el Español de Madrid. Dirige a Núria Espert en Hamlet, estrena una obra para sordomudos (La muerte burlada), dirige Mort de gana show y Set anys i un dia (La Trinca). Estrena en el Théàtre Chaillot de París Summa (sobre textos de Calderón), dirigido por Víctor García. Traduce al castellano obras de Guimerà y de Brossa…

Este año, cuando inauguremo­s el Grec 2018, sería de agradecer que algún gerifalte municipal pronuncias­e unas palabras en recuerdo y homenaje de Juan Germán Schroeder que, en 1952, junto a la actriz Mercedes de la Aldea, devolvió al escenario de Montjuïc su dignidad teatral.

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ANA JIMÉNEZ La presentaci­ón del festival del Grec de este año
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