La Vanguardia

Cuando éramos reyes

“No puc moure sa mà”, dijo el campeón a su entrenador y entró en la leyenda de las victorias obtenidas con el corazón

- DOMINGO MARCHENA

Dominic Thiem tiene una fuerza extraordin­aria, capaz de lanzar la pelota a más de 220 km/h, aunque sus brazos son aún más delgados que los de Juan Carlos Ferrero, el Mosquito. En la esgrima su potencia y precisión harían de él un tirador imbatible. Pero con un florete nunca vencería a un rival con un sable... O con un hacha. Nadal tiene todo lo que tiene él. Y , además, unos bíceps de aizcolari, como un Guillermo Vilas con dos brazos zurdos.

El boxeo no es para sensibles, dicen. Quienes vieron al argentino Nicolino Locche (1939-2005) saben que un púgil puede ser un poeta o un personaje de tango (él protagoniz­a Un sábado más). Le apodaban el Intocable porque era un portento evitando los golpes y ahorraba el castigo a los oponentes, que se desesperab­an porque creían pelear contra una sombra. Una vez, se giró en pleno combate y le preguntó al público de las primeras filas: “¿Y yo cuándo le pego a este?”.

Si los boxeadores jadearan y gritasen como Thiem y Nadal, los combates se acabarían de la noche a la mañana. Nadie, ni el más insensible, soportaría esa agonía, esa tortura física, ese intercambi­o de golpes. El cronista hizo la prueba. Trató de seguir un ratito con los ojos cerrados la final de “Rolland Garros”, que diría el ministro de Cultura. La desazón le pudo: tuvo que abrir los ojos para comprobar que los autores de los lamentos estaban bien. Y no lo estaban. La cara de Thiem era un poema a medida que avanzaba el combate, como si ni él creyera en la victoria, incluso cuando un agarrotami­ento impidió que Nadal pudiera sujetar bien la raqueta en el tercer set. El episodio recordó un caso recogido por André Castelot, que demostró que la historia puede ser apasionant­e. En una obra de divulgació­n sobre la invasión napoleónic­a de Rusia explica que un dragón de la guardia del zar levantó el brazo en la batalla de Borodinó para indicar el camino a sus compañeros. Un obús lo derribó del caballo y le arrancó el brazo, pero él siguió indicando la dirección con el otro. Un Nadal avant la lettre.

“No puc moure sa mà”, dijo el campeón en un momento de pánico, mirando a las gradas donde estaba su familia y su entrenador, Carlos Moyà. Otro se hubiera derrumbado. Los nervios le habrían atenazado y habría comenzado a fallar. Él, no. Algunos de los puntos más sublimes de una tarde con muchos golpes dignos de recordar se vivieron justo a partir de ese momento.

Nadal no tuvo que jugar con la derecha ni hacer un esfuerzo titánico, como el dragón del zar. Ya es leyenda y todo ha parecido fácil: recuperars­e de un momento crítico, devolver pelotas imposibles o ganar once torneos de Roland Garros. Los músculos más importante­s no son los del bíceps, sino los del corazón. Dominic Thiem, de 24 años, tenía 11 cuando él se impuso por primera vez aquí, en el 2005. Algún día, Thiem también ganará en París. Algún día, los enamorados del deporte recordarán con nostalgia cuando éramos reyes y amos de la tierra. Algún día...

Hasta entonces falta mucho. Después de su quinto Tour, en 1995, con 31 años, Miguel Induráin dijo que “el depósito se está agotando”. El de Nadal, de 32, sigue lleno y a sus rivales en París no les quedará más remedio que parafrasea­r a Locche: “¿Y este cuándo nos dejará ganar?”

EL FLORETE

El austriaco es capaz de lanzar la pelota a más de 220 km/h con músculos como los de ‘el Mosquito’

EL SABLE

El español, sin embargo, tiene bíceps de aizcolari, como un Guillermo Vilas con dos brazos izquierdos

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MICHEL EULER / AP La mano izquierda de Nadal, muy castigada y que a punto estuvo de darle un susto ayer en París

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