Llevar la rumba al cielo
Carles Bosch cuenta la peripecia de Petitet tras prometer a su madre que llevaría su arte a un gran teatro
El percusionista gitano conocido como Petitet –Joan Ximénez Valentí, según su DNI– prometió a su madre agonizante que llevaría la rumba a lo más alto de los escenarios catalanes. Sabía que se metía en un lío, pero desde que adquirió el compromiso ya no dudó. Y, ya puesto, apostó por el Gran Teatre del Liceu. El documentalista Carles Bosch, nominado al Oscar en el 2014 por Balseros, se encargó de recoger la peripecia con la cámara. El resultado es Petitet. Rumba pa’ ti, estrenada este último fin de semana: una historia humana que, sobre el vehículo de la música, transita de las raíces más locales a los valores más compartidos; una película sobre el orgullo y la resistencia de aquel que jamás tira la toalla.
Todo parte de la calle de la Cera, en el Raval: cuna de la rumba catalana en tanto que hábitat de algunos de sus fundadores, como Peret y sus palmeros, entre ellos Ramón el Huesos, padre de Petitet. El documental sitúa allí el epicentro del relato tras una primera escena del protagonista ante el nicho de la madre. Es importante la calle del Raval como lo sería si se tratara de relatar la historia de un músico de blues surgido de un callejón de Chicago, compara Bosch: “Si le cuento alguna de estas historias a un japonés sin explicarle con detalle lo que pasa en ese barrio, él no se enterará de todo pero sí entenderá enseguida que la figura de la que le hablo despierta el orgullo de su comunidad y de mucha otra gente”, explica.
El proyecto del filme se fraguó a partir del modesto documental con el que unos jóvenes iban a retratar la figura de Petitet. El músico llamó a Bosch, al que ya conocía, para que les echara un cable. El documentalista y periodista estaba en el paro tras el ERE aplicado por TV3, donde había trabajado durante largos años. Cuando vio lo que los chavales tenían entre manos, les dijo: “Aquí hay una buena película”. Y se pusieron a ello. Bosch se encargó de dirigir el filme y de buscar financiación. Los medios de rodaje fueron modestos, pero quién lo diría.
La cámara acompaña a Petitet, junto a los músicos a los que consigue enredar, durante todo el proceso de preparación del prometido concierto de rumba en algún altar de la música. Son dignos de ver y escuchar los ensayos de las piezas, al estilo rumbero pero con acompañamiento sinfónico, a cargo de aficionados que en poco tiempo tendrán que comportarse como profesionales. Pequeños monólogos de los propios músicos saltean esas escenas de ensayo más otras muchas de reuniones a veces tensas o de las visitas de Petitet al hospital para cuidarse de su rara y peliaguda dolencia.
La emoción crece a medida que se acerca el momento de conquistar el Liceu y cumplir la sagrada promesa de Petitet a su madre. Aunque obviamente es bien sabido lo que ocurre al final, Bosch no quiere que el espectador no avisado se informe de ello en estas líneas. Así que, quien no esté al tanto y quiera descubrirlo, o bien conozca el qué pero no el cómo, ya sabe lo que tiene que hacer.
La emoción crece a medida que se acerca el momento de conquistar el Liceu y cumplir la sagrada promesa